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La mejor postura antiálgica

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domingo, 28 de febrero de 2010


La WEB de RTVE ha colgado el capítulo piloto de lo que será CIUDAD K. Se trata de una suerte de encadenados sketches, todos ellos ubidados en una ciudad donde sus pobladores ostentan una inteligencia insólita. Los más graciosos reflejan conversaciones desternillantes en una peluquería, una entevista a una miss mundo que posse un premio nobel de química, o una escritora ganadora de Planetas que no abandona a su negro ni cuando va a cenar con su marido al Zortziko.

Un poco rudimentario el piloto, sobre todo en la desconexión entre sketches. Si se corrigiera con un guión hilvanante sería media hora de humor distinto en la tele. Su autor Jose A. Pérez, de http://www.mimesacojea.com/, promete hacerlo.

Ah! Bilbo se reconoce como telón de fondo!!!

sábado, 27 de febrero de 2010

ESTA LUZ




Al fin salgo al aire

con el brazo sobre el hombro del hijo.

Y ahí está,

aguardándome sobre las fachadas

la luz insólita de las tormentas

que congela esta lánguida tarde de invierno.

Se adhiere a las cornisas,

viscosa y lenta, a los balcones.

Una luz que le exprime a la ciudad

el zumo triste

de los mármoles,

y que desmadeja de las nubes

un halo vahído de arena mojada.

Yo siempre pienso lo mismo

en estos casos:

¡Alto!

Detén el paso.

Es improbable que esto vuelva a suceder.

Mira, le digo al hijo.

Observa.

Alza la luz de tus ojos.

Contempla esta tarde distinta y única.

Y el niño asiente.

Mas vuelve rápido a la vida,

la de verdad,

ajeno a esta perturbación extraña

que enajena por un momento al padre;

seguro, Iñigo,

sin saberlo,

de que más tarde o más temprano,

ahítos de tiempo los bolsillos,

esta sopa extraña que flota entre edificios

volverá a visitarle

al menos veinte veces

antes de la partida

DIETA INGERIDA A DIA DE HOY. 2010.
















miércoles, 24 de febrero de 2010

MANUEL VILAS ENCUENTRA CASI SIN BUSCAR

.
.


Leo en Manuel Vilas. Y como el ojo de BARAD DUR, que gira sobre sí mismo enfocando cada palmo de Mordor con su retina de fuego, así su avidez de poesía busca y encuentra perlas entre el lodo de todos los días, incluso entre el cieno catódico con o sin tedeté.
Escribe:
.
"DOS OCTOSÍLABOS DE JOSÉ MOTA:
FANTÁSTICOS.
Ay, señor, llévame pronto
que mi cuerpo pide tierra.
(José Mota)"
;-)
.

lunes, 22 de febrero de 2010

NIEBLA


El cielo tapa con grises madejas el pequeño frasco de Bilbao. Lo aprisiona con nubarrones de plomo. En el coche, arrebujado, leo el capítulo quince de NIEBLA. Alzo la vista y descubro al través del cristal de la ventanilla las calles que antaño desgastaran las suelas de don Miguel. Lo imagino con levita, una barba arreglada con un corte que ya no se lleva, andando lentamente con las manos a la espalda, peripateando la hora del café por la villa. De uno de los bolsillos del abrigo asoma la cabeza un librito de Schopenhauer. Lo veo detenerse ante la luna de una óptica, y concentrarse embelesado en unas gafas estridentes de pasta oscura. Se refleja en el escaparate su rostro ligeramente descarnado, como el de su violento Cristo de Velazquez. Jamás me he cruzado en la ciudad con pariente alguno suyo que heredara aristas por mejillas bajo esos ojos hundidos. Un biznieto quizás. Un seguidor de su obra que a fuer de unamunista se haya afilado la cana barba y eriado una frente sembrada de dudas y de fe. Con otros sí me topo. Por ejemplo, en Indautxu se suele cruzar conmigo un remedo de Mario Benedetti, con su cuidado bigote luciendo un jersey beige de lana. Pero se va ya don Miguel. La óptica está cerrada que no son sino las 15:30 todavía. Y se pierde calle abajo al doblar la esquina de su instituto. Se va diluyendo entre los paseantes cuando cruza la calzada bajo la Palas Atenea policromada que hace chaflán en Bertendona. Bajo la ventanilla, pero ya no me oiría. Imposible correr tras él, habrá entrado en la Fnac y bullirá de gente con la que confundirse. Desisto, y vuelvo a notar entre las manos la novela. La nivola. El atribulado Augusto Pérez me espera negro sobre blanco, creyéndose de carne y hueso y alma, y no sabiendo aún de demiurgos ni de hacedores.

viernes, 19 de febrero de 2010

VIOLANTE


.

La mano suavemente voy bajando
del lóbulo a tu cuello en fiel caricia,
y no detengo el gesto, pues me envicia
llegar hasta tus senos ¡Ay! colgando.

Ya me voy por tu torso deleitando,
me llaman más al sur otras delicias,
que ya siento y aspiro con codicia
el dulce aroma bajo el vientre blando.

Allí, terca a la vista, se va abriendo
la flor que, con dos pétalos mojados
por la escarcha y el fuego del deseo,

me incita a cometer dos mil pecados
no saliendo jamás del gineceo
si no es para -¿dire?- salir corriendo.


.

jueves, 18 de febrero de 2010

THE CATCHER

Ha muerto Salinger y he vuelto a leer su novela. Al igual que los desastres naturales son las lecciones de geografía que sutilmente nos regala dios, así algunos decesos ilustres se convierten en relecturas agradecidas y sorprendentes.
Compré El guardián... allá por el 87. Yo entonces forraba y firmaba algunos de los libros con los que me hacía. Lo leí, y dan fe algunos subrrayados y notas a lápiz que he ido descubriendo en esta segunda lectura. Pero no recordaba apenas nada de la trama salvo el inicio de la novela, la nieve, el frío, la visita al profesor y la huída a Nueva York en el tren nocturno. El resto ha sido como si hubiera sufrido alzeimer. Holden Caulfield ha sido timado en la habitación del hotel por vez primera para mí. Y por vez primera ha dejado caer el disco que le había comprado a su hermana, visitado el museo de historia natural, y tocado con su roja gorra de cazador con orejeras, trasunto bacinesco ésta, de otra que cubriera la oronda cabezota quijotesca de Ignatius Necio Conjurado.
Cuántos libros habré leído desde los quince años hasta pongamos los treinta y cinco de los que no me acordaría y su lectura me sería nueva. Puedo nombrar títulos y autores que juararía haber leído y de los que recuerdo apenas su trama sutil, a veces ni eso. Nada.
El cofre robado de Hesse
Diario de la guerra del cerdo de Bioy Casares
Las cabezas trocadas de Hesse
La puta respetuosa de Sartre
Silvestre Paradox de Baroja
Tormento de Galdós...
Relecturas que no haré nunca en muchos casos, y otras que me dapararán nuevas impresiones.
El pequeño Caulfield, tan disidente y contestatario, arrastra por NY el peso de su hermano muerto como una mochila que le lastra y no le deja medrar socialmente. Fruto de su tiempo, hoy, tras tanto realismo suicio, tras Carver, Delillo, Roth, Amis, auster, la novela queda un poco descolorida. Válida como documento, casi como monumento (aunque a mi juicio, menor). Es como sentarnos a ver La Cabina, tan de moda estos días por el Goya a Mercero,
tras ver -salvando mucho las distancias- una temporada completa de The Wire o Breaking Bad.

lunes, 8 de febrero de 2010

RODIN

Estoy batiendo marcas.
Enhorabuena.
Seguramente si me paro y lo pienso
llevo más de siete días sin pararme a pensar.
Qué digo siete.
Si me refiero a pensar pensar
quizás sean siete los meses que llevo
sin pararme a pensar.
A pensar digo.
A pensar.
A pararme a pensar.
A cerrar los ojos sin estar dormido
y admitir,
así, a oscuras,
que la prisa en apurar el día,
la prisa en cerrar las puertas
y en estrechar las manos,
la prisa en ingerir las comidas
y en barrer los zaguanes
y en volver a abrir las puertas,
las prisas, digo,
me acercan la muerte.
Me acercan a la muerte.
Y es que cuando pienso,
inexorablemente
siempre aparece la muerte
de uno u otro modo.
Es como si la muerte y pensar
siempre fueran de la mano allá donde fueran.
Y así, yo,
cuando me pongo a pensar en la velocidad
a la que vivo,
en la velocidad a la que abro y cierro las puertas
cada día,
esas puertas
que me deparan siempre en los mismo sitios
a las mismas horas,
en la velocidad a la que subo y bajo las escaleras
sin contar los peldaños,
sin agacharme a ver si son unos peldaños
de madera
o de granito jaspeado,
o en la velocidad a la que hago el traveling sobre tu rostro
sin demorarme en tus lunares,
en la disposición tan singular de los poros
de la piel sobre tu rostro,
en tu rostro mismo en sí,
tan caro a mí.
Cuando me pongo, digo,
a pensar en la viscosa velocidad
a la que degluto
mi día,
ineluctablemente,
desemboco,
siempre,
en la muerte.
Y es que para mí, pensar
es siempre pensar en la muerte.
La avara muerte donde han caído tantos
que me esperan
tras haber apurado su efímero vaso
de siete décadas.
Eternidad antes de nacer.
Eternidad después de morir.
Toda una eternidad,
y yo.
también con mis míseras
siete décadas,
arañando mi nombre
con una llave de níquel
sobre el cansino muro de la eternidad,
abriendo y cerrando puertas
para acabar siempre en los mismos
sitios y a las mismas horas,
con escaso tiempo
para parar
y sentarme en los peldaños
mientras escruto tu rostro,
y pensar,
sí,
pensar,
que las prisas son un buen
remedio
para no pensar.

TRILOK GURTU


Oh, la musica!!! Hoy he estado en la inaugaración del festival de Jazz 365 Bilbao, que ya se está abriendo un hueco en el panorama nacional, y cómo no con el enorme programa de este año. Allí me he encontrado con este quinteto del que no tenía noticia. A pesar del riquísimo currículo de este hindú que lleva toda una vida dándole al bongo, nunca había oído hablar de él, ni poner una de sus notas en amisora alguna, ni generalista ni especializada en jazz.
Plena fusión, como la de los primeros Steps Ahead, o los Yellow Jackets, aunque a quien más me han recordado ha sido a los alemanes de Metro.
Cuánta falta me hace de vez en cuando meterme en vena virtuosismo como el de estos cinco montruos. Porque no puedo flotar día tras día en la sopa de esta mediocridad compositiva que supone encender la radio o atender a los cantautores que siempre mecen sus tres arpegios y sus cuatro notas, y las engalanan con dos o tres dislates que claman al amor y al desamor cuando lo único que consiguen no es sino que quiera amordazarlos.
Ver a un músico que respira musicalidad, que hace de su instrumento una continuidad de su cuerpo, que deambula por el mástil, las clavijas, las cuerdas, las teclas, los arcos, como quien pasea por su barrio, sigue siendo un milagro al que hay que rendir pleitesía ya sea con unas monedas en la esquina del Casco Viejo, o con una entrada de butaca de patio en el teatro Arriaga.
Con todo ello y a pesar de lo arriba dicho, no eran Maceo Parker. No eran Bill Evans. No eran Pat Metheny. He gozado, pero no he vibrado. Los cinco juntos sonaban soberbios, pero pesaba la discreción. Se respiraba la jerarquia de las baquetas de Trilok que encorsetaba el conjunto, y dictaba un pentagrama a mayor gloria de su percusión. Todo fenomenal pero faltaba la chispa de la libertad en cada intérprete. Ronal Cabezas a la guitarra merecía mayor improvisación, más carta blanca, porque quien sí la tenía, era el italiano del violín, que plegaba su pequeño instrumento a las modulaciones hindúes de su jefe, llevándonos a la fusión de la costa oeste con los gorgorismos de las cantantes de bombay.
Música de verdad. Preciosismo y virtuosismo aunque un poco falto de duende. Pulcritud de unos profesionales que conocen sus instrumentos como a sí mismos. Para tocar el Nirvana, quizás haya que esperar a la cita de Charly Haden. No pienso faltar.

domingo, 7 de febrero de 2010

En otros tiempos, los actores que salían en las sitcoms americanas como Luz de Luna, Mash, Cheers... saltaban a la fama de la gran pantalla y entraban en el Nirvana de los astronómicos cachés del cine de verdad. La tele tenía gancho pero no era sino un trampolín hacia el Hollywood de las taquillas y de las salas Capitol, Coliseo, Vistarama.... Hoy día, imagino a los grandes intérpretes del celuloide babeando por que la HBO les llame para participar en una serie como The Wire, Mad Men, Breaking Bad, Lost... Porque es aquí, en la pantalla plana de plasma del salón de tu casa, donde se pasa el espejo que refleja la realidad del mundo envuelta en unas ficciones propias del mejor Scorsese.
Acabo de desenchufarme de esta primera temporada de The Wire. No tengo televisión de pago, así que he vivaqueado a la vera de mi PC. Como me pasara con Breaking Bad, he desarrollado un visionado obsesivo a la altura de la calidad de la trama y de los actores. El detective MacNulty me ha llevado de la mano por las Casas Baratas y por las Torres y me ha tocado lo más fácil de todo este juego: creérmelo a pies juntillas. Y lo que he visto en la pantalla ha sido justamente lo que no se acostumbra a ver pero todos sabemos que existe. Y no importa que el contexto sea un Baltimore tan lejano, porque de lo que realmente trata se encuentra en todas las ciudades que podamos nombrar: de los deshauciados por nuestra sociedad del bienestar. Los negros de las Casas Baratas son esos millones de seres humanos de los que puede prescindir la sociedad americana. Quizás un candidato negro a la presidencia pueda sacarles algo de provecho en período electoral, y juegue a hacer que pretende su educación, su sanidad, su futuro, pero las drogas de The Wire son las migas que mantienen a esas palomas ocultas a los ojos de los ciudadanos de bien. Macnulty y su equipo se encargan como buenos perros pastores de mantener la majada bien delimitada. Por un momento creerán que su trabajo diario tiene un sentido y que pueden estar a punto de cambiar las cosas, pero la balanza del último episodio tiende su fiel indefectiblemente hacia otros intereses. El peso de los olvidados, es como el de los mejores púgiles, pluma.

sábado, 6 de febrero de 2010

AS TIME GOES BY

Al borde del abismo en cada instante
voy cerrando los ojos, los oídos
a las señales ciertas, los sonidos
que avisan de mi huida hacia adelante.

Del minuto que escapa no me cuido
ni me cato del cambio sofocante
en mi persona, do una lacerante
sombra perfila su mortal pedido.

Sosiégueme tu luz, córteme el paso,
bríndame un rincón donde me asiente,
que me ancle a tu voz y a tu cintura.

No sea que me diluya en la premura
de un sinvivir asaz insuficiente
y respirar se trueque en un fracaso.

lunes, 1 de febrero de 2010

PARA EMPEZAR, alabanza de aldea en la primavera pasada

Ayer domingo subimos los tres un buen trecho de la ruta de los puentes, la ruta tres. Llegamos hasta el cuarto puente y desde allí emprendimos la vuelta porque la hora iba siendo ya la de la comida. El día, la mañana, nos acompañó en todo: cielo azul, aire fresco y en ráfagas suaves que nos empujaban suavemente monte arriba.

Nada más abandonar el espacio abierto de la primera parte del camino, y entrando en lo que la guía que compré por tres euros en Ezcaray llamaba el "barranco Tigorrego", nos detuvimos en una espesura a la vera del río donde estuvimos esperando a que Iñigo plasmara en su cuaderno la belleza del paraje con un dibujo a lápiz que acabó por desechar.

Allí, mientras trazaba su boceto con las piernas colgando hacia el torrente, estuvimos los tres sentados sobre el mullido musgo, escuhando la música del agua y oyendo la voz del monte. El aire se alocaba por momentos para refrenarse de repente. Y todo el espacio de aquel recodo en sol y sombra ajedrezado, era un flotar de millares de semillas que como finas pelusas danzaban suspendidas.

Iñigo consiguió al fin rematar dignamente el puente en su cuaderno, y emprendimos el regreso. Ya casi abajo en la carretera, y cuando los parterres y los huertos nos anunciaban la proximidad del coche, a la izquierda del camino se fue levantando una pequeña tapia que me llegaba a la cintura escasamente, y a la que me asomé esperando ver algún plantío de frutales, o unas hileras de lechugas.

La tapia caía hacia el otro lado unos cinco metros, y era un cementerio lo que encerraba, de doscientos o doscientos cincuenta metros cuadrados. Allí, seis o siete tumbas de muy distintas edades se tendían al sol de la primera tarde guardando los restos de los pocos vecinos de la aldea de Azarrulla que no se habían ido del todo de su tierra.

Iciar e Iñigo se habían rezagado unos metros abriendo una bolsa de frutos secos, y cuando llegaron a mi altura creo que musité "un cementerio" señalando la tapia, a lo que no reaccionaron en absoluto.

Dejamos el barranco atrás con sus hayedos -que aquí llaman "montes" los del lugar-, con su ensordecedor torrente y su encharcado camino. En mi mente siguieron flotando las semillas de los árboles despegando hacia el sol desde sus capullos, y se fijó, indeleble, la imagen del pequeño camposanto bañándose de luz en aquel silencio sólo roto por los pájaros.

Por la noche, cuando le llevé el vaso de agua a la cama, le hice recuperar a Iñigo los sitios que habíamos recorrido por la mañana. Le pregunté si en ese preciso momento, a las diez y media, era capaz de imaginarse los hayedos, los puentes, las rocas. Si creía que seguían existiendo en este minuto en el que nadie podía verlos, en el que no había ojo alguno que les prestara realidad. Me miró como a un loco y me dijo que pues claro que existían, pero a oscuras, tenebrosos, que se lo imaginaba todo oscuro pero con el atronador ruido del río.

Yo, por mi parte, recreé el pequeño rectángulo tapiado con sus siete cruces oxidadas, silencioso en su rincón de la noche. Sabía que el día siguiente se alzaba ya tirano con su huraña cara de lunes, con su Koyanitskatsi, life out of balance, errónea forma de vivir, y me alegré de haber salvado al menos este domingo de mi vida, con ellos dos; de haber acariciado la hierba con los ojos y con las manos, manchándome de vida los pulmones.