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La mejor postura antiálgica

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viernes, 9 de julio de 2010

LECTURA COMPARTIDA BILBAO-NY-BILBAO

Mi madre vería el mar por vez primera a los 22 o 23 años, así que llegara a Vizcaya allá por los sesenta. Sería en la playa de Neguri, lo que hoy llaman Arrigunaga, donde sus pies hoyaran la arena. Así les pasó a mis abuelos y a toda la pléyade que abandonó el Valle de Alcudia por aquellos días (Ay! tristeza de la diáspora obligada) para poblar las pinas laderas del sur de Bilbao, y engrosar así, las filas de trabajadores que aprendían a poner ladrillo sobre ladrillo o a soldar las chapas que cubrían el armazón del buque carguero que calaba en los diques de Erandio.
Mi progenie es de secano, de encina y olivo, del trillo y la yunta, más afín al espíritu campestre de Delibes que a los vientos racheados del mar de Melville.
Las historias que atesoran silentes mis ancestros desgranan esencias de tomillo y hierbabuena; de abulagas, romanzas y romero. Los colores de mi memoria familiar son los azules del cielo azotándoles en el aviento, así como los protéicos y secos ocres del cereal crepitando bajo la canícula inmisericorde de La Mancha.

Envidio a Kirmen Uribe por haber tenido la idea (y sobre todo por llevarla a término) de amalgamar las historias de su familia de forma que se queden a vivir entre ellos, que no se diluyan en el olvido. Todo se perdería irremisiblemente, o degeneraría en lo que no fue, como le pasa a toda literatura oral  transmitida o recibida sin rigor. Estoy seguro de que la empresa la llevó a cabo con modestas pretensiones, mucho más locales, sin pensar en absoluto en la transcendencia mediática que le aporta el premio. Uribe aporta a todo ello su sensibilidad de poeta en ciernes, y todo el afecto que le provoca saberse parte de lo que cuenta.

El euskera es uno de esos babilots antiguos que adornan el anaquel de las lenguas del mundo. Plagado de tesoros bajo las "x" de su mapa, es un idioma mimado, agraciado por unas circunstancias extralingüísticas y ordeñado políticamente por una administración politizada y nacionalista. El pobre idioma, muchos de sus hablantes, ajenos al tejemaneje interesado, viven los vaivenes de su agonía haciendo uso de su lengua con toda la naturalidad y el amor de su mundo. Kirmen relata sus paseos por Europa y América como embajador de esa riqueza que supone expresar los mismos sentimientos de todos nosotros en una lengua distinta y pequeña sólo en número de hablantes, como el gaélico, el lituano o el euskera.

B-NY-B es un cesto donde se ven en primer plano los nudos de sus mimbres. Kirmen se esfuerza en enfocarlos, en no esconderlos. Quiere que la estructura, la urdimbre estén al aire; que veamos el magnetofón con el que graba a los familiares de Arteta. La tramoya es la misma novela. En cierto modo ya lo vimos en "Soldados de Salamina" con la historia de Sánchez Ferlosio. Esta factura no me disgusta, aunque prefiero las historias de literatura dentro de la literatura más del estilo de "La parte de los críticos " de Bolaño; o del cine dentro del cine como "La noche americana" o "Bailando bajo la lluvia".
Kirmen me enseña lo obsceno: sus disquisiciones sobre cómo iniciar la novela, con qué frase, cómo cambia de opinión y sustituye párrafos o elimina lo escrito. Como cuando nos justifica cómo optó por el precioso introito de la metáfora que compara los árboles y los peces. Y así, poco a poco, va armando su libro, como Lope su soneto: burla burlando