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La mejor postura antiálgica

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domingo, 20 de febrero de 2011

SUNSET PARK. AUSTERO SOY

Últimamente con cada novela de Auster espero que pase la efervescencia de las mesas de novedades, y que vuelvan las aguas a su  nivel de mesura, como cuando lo leí por vez primera.
No significa que no me compre el libro en cuanto sale, que sí lo hago. Pero una vez en casa, lo dejo reposar sabiendo que ya estamos predestinados, más pronto que tarde, a encontrarnos de nuevo.
A Auster se le puede considerar, como a Woody Allen, un autor más conocido en Europa que en Estados Unidos. Más Europeo. En su caso, más francés. Pero también Ibérico: rodó su Martin Frost en Portugal, y fue premiado en Oviedo con el Príncipe de Asturias.
Ese europeísmo, aquí en España se concreta en el auspicio de un editor como
Herralde que desde  la Trilogía de Nueva York lo publica en esas tapas amarillas que también casan con la decoración de mi sala de estar.
Vargas Llosa lo considera literatura de consumo rápido, sin pretensiones, superficial. Aunque habría que preguntarle a Varguitas que pretendía él con Los cuadernos de Don Rigoberto.
Lo cierto es que la cita con Paul Auster se degusta con placidez. Vale que con las últimas novelas no llega a las cotas de El libro de las Ilusiones o de Leviathan, pero es su estilo reconocido, sus azares (como en este caso la forzadísima lectura del Gran Gatsby entre Miles y Pilar), sus temas, sus frases, las que me muestran como en un espejo su mundo particular, y me calman y me llenan como una saludable infusión de palabras.


Con Suset Park, Auster construye una particular Rue de Percebe donde ha dispuesto a unos personajes a veces demasiado divergentes. Cada uno con su pequeña historia a cuestas. Sólo Miles Heller los cataliza, los reúne y los activa.
Heller  es el ojo del huracán en torno al que  giran su padre y sus autores de Heller Books, su madre y su madrastra, su joven novia cubana Pilar, los tres integrantes de la casa de acogida en Sunset Park, y sobre todo el fantasma de su hermano.
Al igual que la torre sobre la bahía de Dublín en Sandycove donde están de okupas Stephen Dedalus y Buck Mulligan, Miles y sus amigos viven sin pagar alquiler en un viejo caserón abandonado en frente del cementerio de Sunset Park.
Una especie de hogar de acogida que recuerda completamente al Hotel Existencia de Nathan Glass. No por nada el precursor de la idea es Bing Nathan en este caso.
La historia de Miles Heller es una tragedia griega, con fratricidio, entrega total a un viaje de expiación lejos del hogar, que al final lo devuelve como a Ulises, no a su hijo Telemaco sino a su padre esta vez, Morris Heller.
Brooklyn, beisbol, crisis, escritores condenados como Liu Xiaobo o Salman Rushdie,,, y sobre todo esa película que es la tesis doctoral de Alice Bergstrom, Los mejores años de nuestra Vida, que ganó el premio de la Academia a la mejor película, al mejor actor principal, al mejor director, al mejor actor secundario, al mejor montaje, a la mejor banda original y al mejor guión adaptado. Ahí es nada.
Película que no había visto nunca, y que invitado por el análisis que hace Alice de ella me, dispongo a visionar cualquier día de estos. Ya la he comprado.
A pesar de las malas críticas que leo por aquí y por allá, Sunset Park me parece una novela de un escritor con una voz muy propia, que ya ha llegado a donde quería y que se siente a gusto desgranando sus historias.
Espero, eso sí, que no vuelva a columpiarse en autocomplacencias tipo Scriptorium y que deje que los homenajes se los hagan otros. Si sigue así no ha de tener miedo a quedarse sin ellos.

lunes, 7 de febrero de 2011

GARY MOORE

Aquí en la foto salé tirando a un azul violáceo, pero es una rosa negra como la noche. Sin duda es uno de los pocos tatujes que me haría en el hombro izquierdo.
Creo que cuando grabó este disco con Thin Lizzy, G.M. ya había estado en la formación con anterioridad, y entraba y salía de ella dependiendo de cómo iba ecualizando su amistad con Phil Linnot. Es un disco de rock absolutamente irlandés. Sonido cargadísimo, con el bajo de Linnot llenándolo todo y con la guitarra de Moore desmadejando de vez en cuando tonadas genuinamente folk.


Sin duda a Gary le hubiera gustado nacer con unos rasgos más austeros, menos pepones, más de malote para que las poses de mirada-fría-gruitarra-en-mano fueran de verdad transmisoras del odio que caracteriza a los rockeros de pro. Con lo buena persona que le hacían esos mofletes mullidos.



En mi casa, mi hermano y yo fuimos adictos a WILD FRONTIER. Y él mismo me ha enviado un sms para que me sume al memento mori escuchando Over the hills  o Murders in the skies. Obediente lo he evocado añadiendo al tándem el Empty rooms y Still Got the Blues que tenía también a mano.


Y ha muerto aquí en Estepona, no sé en qué circunstancias, pero  seguro que con un blues en la cabeza.
El rock fue para él una etapa, ya que a partir de finales de los 90 se lanzó de lleno a redescubrir los riffs más pegajosos y lentos del BLUES.
Aquí anclo la conversación que mantiene con B.B. King. Uno no quiere que acabe nunca y ellos casi lo consiguen. Eterna. Impagable.







En su página oficial figura este crespón

It is with deep sorrow and regret, that we have to announce that Gary Moore passed away while on holiday in Spain last night.


Our thoughts are with his children, family and friends at this sad time.


Gary Moore, RIP




jueves, 3 de febrero de 2011

Jocelyn POOK


Esta fiesta de disfraces, o Masked Ball, me pone la piel de gallina cada vez que la oigo. Me atrae y aterroriza a la vez. Sería incapaz de ponerla a todo volumen en casa, a oscuras, a solas, mientras en la pantalla se despliegan las escenas en silencio de El Exorcista. Sería víctima de un implosión emocional que me reduciría a ectoplasma vacío.
La música está compuesta por la voz de una misa de rito ortodoxo reproducida al revés, a la vez que se oye el responso de una segunda voz en lengua rumana.
Lo dicho, como escarpias, pero a la vez de una belleza endiabladamente inevitable.