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La mejor postura antiálgica

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miércoles, 31 de octubre de 2012

BLACK GOLD SPALDING





Me acabo de comprar un bote de betún y me estoy embadurnando la cara de negro. Yo también quiero ser Black Gold desde que he conocido a Esperanza.





Si investigan por la red la encontrarán gobernando enormes contrabajos de tres cuartos y cuatro cuartos, y bajos eléctricos y acústicos con y sin trastes, jugando a perderse y a encontrarse con la voz y las armonias que toca a la vez en el instrumento. Con su enorme corona de pelo ensortijado como si fuera un aura de santidad jazzística, esta profesora de Berkley y de origen humildísimo está llegando, o quizás haya llegado ya sin duda a donde había de llegar.







Esperanza Spalding - "Inútil Paisagem" from Steve Lippman/FLIP on Vimeo.



lunes, 29 de octubre de 2012

RESETEANDO



Saco tímidamente la testa por este sitio como temiendo que todo esté manga por hombro. La saco como lo hiciera  Ford-Decker bajo la densa lluvia de Los Angeles en 2019, ayudándose de sus quebrados dedos para emerger a la superficie de la azotea donde entrevé, casi con total seguridad, su muerte.
Pero todo sigue igual que como lo dejé: con Chucho Valdés haciendo las veces de punto final hasta que se decidiera lo contrario.
Decker, que escucharía atónito esas maravillosas palabras acerca de momentos que se perderían como "tears in rain". Palabras musitadas por Hauer-Batty, y magistralmente creadas por P.K.Dick, que con gusto me estamparía en una camiseta si no fuera un gesto tan extravagante (freaky iba a decir).
Bueno, pues curo así con éste la afonía ekoizlera que ya iba durando demasiado. No ha supuesto, sin embargo, este silencio que haya estado sumido en el marasmo de la inacción depresiva. No. Ni mucho menos. Una enfebrecida vorágine de películas y conciertos, aderezada incluso por unas elecciones autonómicas de aciagos resultados (no menos tristes por sobradamente previstos), ha sido la sopa en la que se ha ido cocinando mi vórtice laboral: la extenuante campaña editorial que me sumerge cada año en una rueda interminable de falta de tiempo para casi todo.
He perdido peso he de decir también. De lo cual estoy muy satisfecho aunque más bien sea mérito del estrés más que de una planificada dieta. Esta pérdida de lastre hace que ahora busque el acomodo del olvidado cinturón para que no vaya mostrando  cual espinilla andante la ropa interior por retaguardia.

Sin entrar en más detalle, diré también que mi corazón ha sufrido en pocos días vaivenes virulentos  y sacudidas terribles, lo cual no es sino moneda de curso entre los que tozudamente nos obstinamos en seguir vivos. Y así, unas veces en alta mar, otras al albur de la zozobra del castigo batiente en procelosa tormenta, y otras encallado en marismas de fétido aluvión, mi corazón se esfuerza por recordar que cada momento posee el regusto de la vida por muy ácida que nos devuelva la vesícula su bilis amarga.

Me siento a gusto aquí. En este huerto mío. Donde no sé por qué me demoro a veces tanto en venir  a desccansar  el verbo entre estas flores y frutales.



Acabo de terminar "Papeles en el Viento",  de Eduardo Sacheri, que recomiendo encarecidamente. Háganse con ella y les prometo una gratísima experiencia. Por lo que les pida el librero se llevarán la segura promesa de dos o tres horas en el deleite de esta historia ríoplatense. Apenderán de fútbol (o no) y de la amistad. Y conocerán a Daniel El Ruso, un personaje impagable, niño grande y corazón silvestre de la novela. Pero tú no, amigo Laguna. Tú no la merques, pues en cuanto la suelte Iciar te la regalo (la novela). Te irá de tercer ojo ya, pero te aseguro que es tuya desde el primer momento que empecé a sonreir ojeando sus páginas, y cuando empecé a pensar que aquél libro debería acabar en tus manos.



El martes pasado me regalé un maravilloso concierto de jazz con el cuarteto de Archie Shepp en la Sociedad Filarmónica de bilbao. Un tanto estrecho en mi butaquita centrada y delantera, me alegré sobremanera de haber soltado el lastre de los cinco kilos doscientos treinta gramos de mi "waistline", pues me otorgó cierta holgura en aquel gozoso enclaustramiento sedente.
Casi todos los músicos septuagenarios. Meritorio y enternecedor ver arrastrar la vida de estos negros maravillosos a traves de su pasión y de su oficio. Enternecedor como cuando al terminar la actuación, veo que el pianista y el baterista corrían al auxilio del contrabajo Wayne Dockery (en la foto, con gafas), quien, con sus escasas fuerzas y las que le prestaban sus compañeros, saludó sin mucho énfasis al público aplaundiente, mientras ponía todo su afán en salir del escenario para arrojarse a alguna cómoda silla que le esperara en bambalinas.
Con tal panorama, me resultó difícil reclamarles un bis por evitarle al provecto contrabajista el sufrimiento de tener que volver a salir y tocar una pieza más. Con todo, lo hicieron, para desplegar un cálido e impagable "Round Midnight" que inundóo la despedida con una cálida melodia monkiana. Ver a Shepp. Escucharle. Fue como colarse a través del tiempo en un club brumoso de Chicago donde su saxo se confundía con el de un Coltrane redivivo.