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La mejor postura antiálgica

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sábado, 27 de febrero de 2010

ESTA LUZ




Al fin salgo al aire

con el brazo sobre el hombro del hijo.

Y ahí está,

aguardándome sobre las fachadas

la luz insólita de las tormentas

que congela esta lánguida tarde de invierno.

Se adhiere a las cornisas,

viscosa y lenta, a los balcones.

Una luz que le exprime a la ciudad

el zumo triste

de los mármoles,

y que desmadeja de las nubes

un halo vahído de arena mojada.

Yo siempre pienso lo mismo

en estos casos:

¡Alto!

Detén el paso.

Es improbable que esto vuelva a suceder.

Mira, le digo al hijo.

Observa.

Alza la luz de tus ojos.

Contempla esta tarde distinta y única.

Y el niño asiente.

Mas vuelve rápido a la vida,

la de verdad,

ajeno a esta perturbación extraña

que enajena por un momento al padre;

seguro, Iñigo,

sin saberlo,

de que más tarde o más temprano,

ahítos de tiempo los bolsillos,

esta sopa extraña que flota entre edificios

volverá a visitarle

al menos veinte veces

antes de la partida

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