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La mejor postura antiálgica

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lunes, 8 de febrero de 2010

TRILOK GURTU


Oh, la musica!!! Hoy he estado en la inaugaración del festival de Jazz 365 Bilbao, que ya se está abriendo un hueco en el panorama nacional, y cómo no con el enorme programa de este año. Allí me he encontrado con este quinteto del que no tenía noticia. A pesar del riquísimo currículo de este hindú que lleva toda una vida dándole al bongo, nunca había oído hablar de él, ni poner una de sus notas en amisora alguna, ni generalista ni especializada en jazz.
Plena fusión, como la de los primeros Steps Ahead, o los Yellow Jackets, aunque a quien más me han recordado ha sido a los alemanes de Metro.
Cuánta falta me hace de vez en cuando meterme en vena virtuosismo como el de estos cinco montruos. Porque no puedo flotar día tras día en la sopa de esta mediocridad compositiva que supone encender la radio o atender a los cantautores que siempre mecen sus tres arpegios y sus cuatro notas, y las engalanan con dos o tres dislates que claman al amor y al desamor cuando lo único que consiguen no es sino que quiera amordazarlos.
Ver a un músico que respira musicalidad, que hace de su instrumento una continuidad de su cuerpo, que deambula por el mástil, las clavijas, las cuerdas, las teclas, los arcos, como quien pasea por su barrio, sigue siendo un milagro al que hay que rendir pleitesía ya sea con unas monedas en la esquina del Casco Viejo, o con una entrada de butaca de patio en el teatro Arriaga.
Con todo ello y a pesar de lo arriba dicho, no eran Maceo Parker. No eran Bill Evans. No eran Pat Metheny. He gozado, pero no he vibrado. Los cinco juntos sonaban soberbios, pero pesaba la discreción. Se respiraba la jerarquia de las baquetas de Trilok que encorsetaba el conjunto, y dictaba un pentagrama a mayor gloria de su percusión. Todo fenomenal pero faltaba la chispa de la libertad en cada intérprete. Ronal Cabezas a la guitarra merecía mayor improvisación, más carta blanca, porque quien sí la tenía, era el italiano del violín, que plegaba su pequeño instrumento a las modulaciones hindúes de su jefe, llevándonos a la fusión de la costa oeste con los gorgorismos de las cantantes de bombay.
Música de verdad. Preciosismo y virtuosismo aunque un poco falto de duende. Pulcritud de unos profesionales que conocen sus instrumentos como a sí mismos. Para tocar el Nirvana, quizás haya que esperar a la cita de Charly Haden. No pienso faltar.

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