Siempre me acuerdo de Victor Erice cuando contemplo el membrillo que plantó mi padre en su jardín de La Rioja. Es un membrillo de crecimiento lento, como su cine. Yo lo dibujé también emulando a Antonio López. Sobre una cartulina ajada ya desde un principio, parecía una reliquía desde el segundo en que terminé el dibujo. Siempre ha estado en la mesilla de noche de mi madre, allá en Castañares. Y cuando ella murió este puente de diciembre, volví a verlo tras mi cárcel de lágrimas, borroso y dinámico.
He vuelto a ver de nuevo hace unos días El espíritu de la colmena. El viento, el silencio, los ruidos de la casa, las niñas, el cine en la infancia. He visto también el domingo pasado, Copia certificada de Kiarostami. Tan hermanados los dos, tan morosos, profundos, tan amables permitiéndonos degustar los planos, las palabras. Iguales que un vino cosechado para envajecer.
Cuando paseo en Ezcaray por la carretera que lleva a Valgañón, también pienso siempre en Erice al ver la casa donde rodó El sur. Y veo a Rafaela Aparicio llegar, y bajar del coche hacia el encuentro de Iciar Bollaín, custodiada por los gigantescos castaños de indias que pespuntan la carretera.
Dejo aquí el inmenso cortometraje Lifeline.
Porque casi siempre lo más grande puede caber en apenas estos diez minutos.
Alumbramiento de Victor Erice from cuando los grandes eran cortos2 on Vimeo.
sábado, 25 de diciembre de 2010
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... y la sombra lo cubrió todo.
ResponderEliminarEse lento pasar el tiempo, esa realidad en blanco y negro; esa solidaridad sin medios, esas miradas.
Un abrazo enorme, amigo. Siento no haberte acompañado como debí.