El bueno de Toso me atosiga con sus banales poemillas. Yo todos se los leo, y algunos hasta se los critico y parafraseo. No es que quiera enseñorearme y echar pecho con lo que sé que no soy. Pero lo poco que pueda decirle de sinalefas, encabalgamientos y calambures a buena fe que de mí lo obtiene. Cada vez que viene a casa se lanza raudo hacia el volumen de Poesía Española de Dámaso Alonso en Gredos. No se lo presto porque un no sé qué en su facha, en sus pelos y en el aire bohemio de sus ropas me dan a pensar que no habría de volver (el libro) o lo haría con algún triste descalabro. Pues hete aquí, que el otro día, entre los acostumbrados sucios manuscritos con que me regala, le hice notar que había un sonetillo que me hacía alguna gracia y del que salvaría algún versillo de los tercetos. Me animó a que lo metiéramos en taller, y efectivamente, en un sí es no es, lo mejoramos, o mejor dicho lo pulí un poco. El resultado era reseñable, y está mal que yo lo diga. Pero no, ya no era la misma obrilla que el bueno de Toso pergeñara en su particular Arcadia. Tirelo, y en castigo a mi arrogancia, y en pago a su discreta e ingenua musa, le prometí colgar su primera redacción en este huerto, donde sé que gusta de pasarse. No habrá exégesis, le dije, tan sólo tu soneto. Eso sí, lo musicaré con algunas imágenes de Scott triscando por la hojarasca que nos está dejando este bello otoño. Me dio su aprobación. Bueno, en realidad espetó un "nihil obstat". El muy capullo
En tanto que el recuerdo del estío
ha despertado al hongo y a la seta
y está la Dehesa con la hierba prieta
en confusión de charcas y rocío...
El buen campesinado siente el brío
del corazón alzado cual cometa
al viento; hinchada su alma de poeta
al ver de nuevo el pueblo envuelto en frío
Aquí, sin embargo, en las ciudades
el tiempo lleva el pulso del cemento
que el salto de los meses nos oculta...
las noches sin luceros... suciedades
banales de turbio sedimento
que nuestro afán de pueblo nos sepulta.
TOSO FUCUR