Y el día 9 de febrero nos fuimos a San Sebatián a ver a mi idolatrado Ian Anderson, que no a Jethro Tull, ya que eso está más disuelto que el ibuprofeno que me tomo tras bajarme de Scotty. No obstante, quíén si no mi viejo Aquallung iba a qudarse con los derechos de la marca JT para pasearla por estos y otros lares.
Con las entradas impresas, y guardando el polvo de las baldas, iban pasando los días. Me venían a la mente cada una de las fotos recortadas del Popular 1 que cubrieron mi archivador en los tiempos del Insti: monográfico de Barre y de Anderson, y de Evan, y de Barrow. No había otros en mi carpeta. Era obsesión por Jetrho Tull lo que yo padecía, casi de gabinete y de diván.
Una y otra vez la cinta doble con su concierto italiano en directo, el Bursting Out, desgastaba los cabezales de mi radio-cassette-stereo alzado en el altar de mi habitación. A Passion Play, Aqualung, Benefit... cuántas agujas he tenido que cambiar desgastadas por los surcos de sus discos.
Y allí nos fuimos. Iciar. Dale un buen show y échate a dormir. Mientras lo que se despliegue delante de sus ojos sea de calidad mayor de ocho, y se ejecute cuando ella esté sentada en las filas uno, dos, o tres, ya puede ser Estrella Morente, Jethro Tull o El Cigala, que va a levitar de la butaca extasiada de placer, y a rendir homenaje al artista con sus inmensos silbidos lagoméricos.
Iñigo. Mi Retro Boy del alma. Que poco a poco se va dando cuenta de que la música que escucha y ama fue compuesta por abuelos un poco menores que el suyo. El otro día le puse un youtube con los Caravan "regather again" y alucinaba con sus calvitas y sus mechoncitos blancos abrazando sus guitarras y sus hammonds como antaño. Pero qué lo voy a hacer. Ese es el camino. Y lo está siguiendo a las mil maravillas. Lo sorprendo a veces en su habitación viendo viejos videos de Metheny o de Pink Foyd y se me humedecen los ojos de beatitud contenida.
Pero no todo fue miel sobre hojuelas. El tiempo meteoro no acompañó. Se desencadenó una tormenta de fuerza catorce que hizo volar por los cielos de Donosti todos los disfraces y las caravanas de la cabalgata de carnaval de aquel 9 de febrero. Lo que iba a haber sido un plácido paseo por La Concha abriendo boca y abriendo oído, se convirtió en un running for shelter, de café en café y de tienda en tienda (no faltó la Fnac) evitando el húmedo huracán donostiarra.
All in all, el concierto fue memorable. Thick as a Brick (el de toda la vida) con sus cuarenta años de historia, en la primera parte. Thick as a Brick 2 (agárranse los machos: producido por el crack de Steve Willson) en la segunda parte. Y de guinda del pastel, Locomotive Breath. Bien pudiera haber sido Aqualung o cualquiera de las otras cien musthear que ha creado este monstruo. Pero fue Locomotive Breath: uno de los títulos que me grabaría con letras medievales en algún rincón de mi apolíneo cuerpo si es que algún día me diera por los tatuajes.
Y bueno sí, lo he leído en muchos foros y yo mismo fui testigo de ello: las cuerdas vocales de Aqualung han pagado factura, bien, vale, y qué. Yo, ya con mis cuarenta y siete años, a veces me levanto de una silla por tramos, casi con la ayuda de una polea (no siempre, vale?). El tiempo es así de atroz. Lo desgasta todo, Desvirtúa aquel molde de platino iridiado que fuimos a los veinte años, y lo va comprimiendo y ajando. Unos lo llevamos mejor por fuera, y parece que no le quitamos hojas al calendario, aunque por dentro vayan las procesiones con su cilicio puesto.
Pero este hombre, Ian Anderson, no bebe, no fuma no le gusta el fútbol, no mete bullas...seguro que los dioses del R&R le han castigado por ello bajándole en dos puntos la calidad de sus cuerdas vocales. Menos mal que soplar su flauta lo hace como el primer día. Pero Oh my Dog!!! A los 65 años!!!! Y hacerlo así, aún aflamencado sobre una sola de sus piernas. De nota.
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