45 AÑOS: ci sono cose che non si possono credere: 45 AÑOS
Cuando Luisa dejó de quererme, mi corazón inició un proceso de criogenización irreversible. Así que su baja temperatura estuvo a punto de fulminar el resto de mi organigrama, tomé la decisión de arrancármelo. Sí. El corazón. Total, para qué. Había jurado sólo quererla a ella. A Luisa. Y la palabra dada, la promesa, desde siempre había sido sólida divisa entre los hombres y mujeres de mi realengo.
Una tarde de domingo, coincidiendo con mi cuadragésimo quinto aniversario, y lloviendo todo el agua del mundo, me armé de impermeable de Gore Tex* y ascendí por las pendientes que llevan a las cimas del Ganekogorta, el monte que con sus casi mil metros guarda las alturas de mi ciudad. Bilbao.
Llevé hasta allí mi corazón enjaulado en una caja de cartón de vino de crianza de bodegas Marqués de la Piscina, y pisé cumbre a eso de las trece treinta. La cortina de agua no permitía ver más allá de los dos metros veinte, así que cuando desalojé la caja y empezó a rodar mi corazón ladera abajo, dirección Alonsótegui, lo perdí de vista, ay, quizás más rápido de lo que hubiera deseado.
Un tiempo decididamente septentrional asoló la costa cantábrica durante las semanas siguientes. El viento helado llamó a la nieve, y ésta colmó con un grueso manto todas las cumbres. Cada tarde, volviendo del trabajo en mi Opel Vectra atisbaba desde Enekuri la blanca loma del Ganeko, preguntándome bajo qué porción de aquel albo velo reposaría mi antiguo músculo irrigador. Ya no pensaba en Luisa apenas, y algo así como una sabia cicatriz interna iba purgando el desconsuelo originado por el vacio in-pectore.
El tiempo hacía de las suyas avanzando sin demora, y Euskalmet predijo –y se cumplió- la llegada de un tenue viento Sur que desaguaría de plata las cimas de los montes vocineros.
Desde Enekuri fui viendo pues, tarde tras tarde, cómo el Ganeko se iba poblando de parches y de calvas que mostraban su pardo carácter intestino. Quedó, sin embargo, un breve nevero que se obstinó en su blancura, y que perpetuó más allá de los gélidos vientos una pequeña mancha inmaculada en su blancor, y que fue atrayendo con el paso del tiempo la atención de todo ciudadano.
El breve nevero fue gritando su albura bajo el sol de febrero, de marzo y hasta llegó a obstinarse bajo el calor de un abril gratamente primaveral. Ante la bizarra anomalía, se creó un comité científico que estudiase el insólito percance natural que impedía la fusión de la nieve. Yo me fui sintiendo cada vez más azorado, pues aquello no podía obedecer a nada que no fuera el efecto gelizador de mi otrora rimbombante corazón.
Al fin, horadando estrato tras estrato, llegaron al deus ex machina, y el mismísimo alcalde Iñaki Azcuna portó la voz en rueda de prensa para proclamar a la comunidad científica internacional que era una vez más, Bilbao, el centro y ombligo del planeta mediático. Un corazón, vociferaba incrédulo e impetuoso ante las cámaras, era un corazón a la intemperie, que mantenía sus constantes a pesar de –o gracias a- la gélida periferia que generaba.
Inmediatamente hallaron en el Hospital de Basurto un huésped al que implantarle el insólito órgano. La lista de espera iba siendo ya kilométrica debido al efecto negativo que la ley del carnet por puntos había operado en la cadencia de corazones donantes.
A mis 45 años me arranqué un corazón incapaz de irradiar calor. Acariciaba bajando por Enékuri cada tarde el enorme e irregular costurón que me quedó en el pecho. Una ladera verdosa y uniforme reflejaba la luz dorada del último sol. En algún lugar de esa ciudad, Luisa cada vez se difuminaba más y más hasta desvanecerse por completo.
domingo, 30 de enero de 2011
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Uhm. No entiendo. Algo pasa con Luisa!
ResponderEliminarVenga no digas tonterías, yo no conduzco un Opel Vectra
ResponderEliminarDelicioso cuento que te regalas en tu 45 cumpleaños, y que nos regalas a los demás. Seguramente Luisa fue al Ganeko a buscar el corazón helado bajo el nevero, se hizo humo cuando lo tomó en sus manos, justo en el momento en que tú te quedaste frío y azul, mientras ella levitaba hacia el Amboto... de donde nunca debió escapar.
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