Siempre me cuesta horrores imaginar el rostro de los héroes que leo en las novelas. Nos ocurrirá a todos. Si me concentro un poco, y les hago un primer plano haciendo un alto en la lectura, me salen desenfocados, como Robin Williams en el cuento de Desmontando a Harry, una de las películas que más me gusta de Woody Allen, si no la mejor.
En Los dominios del lobo, sin embargo, ha sido pasmoso comprobar cómo casi todos los personajes aceptaban sin protestar las caras de Dana Andrews, Humphry Bogart, Dick Bogarde, Walter Houston, James Cagney, Gene Tierney, Fred McMurray, y desde luego una Barbara Stanwyc muy muy jovencita interpretando a Virginia Wainscott, junto a Robert Mitchum en la piel del insensible Wes McMullan.
Si pudiera tomarme unas cañas con Javier Marías, le iría diciendo con qué actor he emparejado cada uno de sus personajes y estoy casi seguro de que coincidiría en más de un sesenta por ciento.
Muy bien traídos el intro y el epilogo. Uno contándonos cómo se cocinó el libro en París -impagable anécdota- por un joven bien acomodado que se exilaba a cama puesta pidiéndole casi permiso a los padres para ir a ver películas a la cinematheque fancesa; y el otro, jugosa reflexión sobre la literariedad de las novelas, a veces quizás rozando cierta autojustificación ante la crítica del momento, cuando maldita la falta que le hacía.
Lo cierto es que Marías me ha dado momentos inolvidables con Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí, y todas la almas. Ir a la fuente primera ha sido todo un placer por lo atípico y original de su debut.
jueves, 28 de abril de 2011
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