Nunca en viernes había traído mi desconsolado estómago hasta este paraíso de Hondarribi. El buen tiempo ha llenado la terraza de comensales y dejado desierto el funcional y discreto interior. El bullicio de las sobremesas en francés, euskera y castellano reduce hasta un estrato casi inaudible la música ambiente que tan gratas digestiones me ha deparado en otras ocasiones.
Reencuentro con viejos amigos harto añorados:
- el Nuviana de Valle del Cinca
- la sopa de pescado anegando una mousse de cabracho sobre lecho de mejillones
- dados de merluza asados sobre ajo laminado
- peras a la sidra con mousse de toffe.
El rostro adusto de la mesera quizás se deba al pico de trabajo que le supone el fin de semana. Otras veces se ha esmerado más conmigo. Quisiera que me mirara a los ojos mientras me habla, que personalizara para mí su mantra de postres y no dejarlos caer despreocupadamente mientras atisba a uno y otro lado no sé qué fantasmas que yo no logro ver.
Por qué no se sienta en la silla a mi frente y me dedica su favor, su savoir faire, mientras brindo a su salud y a su felicidad mirándole el escote. Quédate conmigo. Explícame qué es esto que noto ahora mismo en la boca, cómo consigues ligar esta salsa de ambrosía. La dejo ir, empero, con mi pitanza en su libreta y esa nube grisacea sobre la comisura de sus ojos.
Me quedaría a vivir aquí, asomado a quella terraza, hacia la luz del viernes y la brisa de Francia. Pero no, me apetece volverme al regadío de la meseta. En dos, tres horas, estaré entre verdes trigales y chaparras encinas, engrasando las bielas de mi SCOTT y su cadena.
Qué bien se portó, por cierto. Ni un pinchazo, ni un mal ruido, ni un viraje temerario.
Ahora que llego al postre me deleito en el recuerdo del domingo 8 de mayo, haciendo de escudero de Maurizio, o él de mí. Qué buena estampa, alineados entre doscientos y pico locos fatigando el monte y la solana.
Cincuenta y cinco kilómetros arriba y abajo hicieron que descubriera pequeños músculos en mis piernas de los que ignoraba su existencia. Se rebelaron tensándose y destensándose como si se hubiera quemado el relé que los mantenía discretos y modestos en su diario quehacer.
En unas horas, digo, volveré a subir a La Fonfría. Este vez iré solo, ekoizleando los hayedos con mi resuello inoportuno. Sin el bullicio ni el estress de la marcha. Intentaré Chilizarrias sin pasar por Lugar del Río. Llegaré a Bonicaparra. Ahora tengo el paladar epatado por la pera macerada en sidra, pero los ecos de todos estos nombres silvanos se abren paso y me llenan también la boca con su fonética salvaje de cima azotada por el viento.
Llego al cortado con hielo y me lo trae mi amiga la mesera. Sigue tan transida como antes. Quizás no sea el trabajo. Quizás un mal paso de ese corazón tan caprichoso. Sobre la solapa luce una preciosa chapa de tela de pana beis, sobre la que hay bordado un cárdeno corazón con la leyenda PEACE en verde.
Prefiero que no haga tan buen tiempo cuando vengo a GOXODENDA, y que no sea viernes. Habría menos bullicio y el humor de esta chica sería el que siempre me prodiga, el que yo me creo tan particularmente dedicado a mi persona. La mesa: siempre sobresaliente, aunque azote un tifón.
Clavo la vista en la bella chapita tan cerca del escote. Pues eso, que haya PAZ.
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martes, 17 de mayo de 2011
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No puedo evitar cuando te leo, y más en posts de este estilo, pensar en lo afortunado que es el paisaje, todos esos sitios por los que paseas esa mirada "contador a cero", que se va llenando con un sabor de aquí, un color de allá, el verdor de ese camino, el movimiento de la gente en la terraza ruidosa de un viernes. Y me alegra ver cuánto disfrutas con todo ello, eso es lo mejor. Quizá la camarera no pudiese observar su pequeño escenario aquel día desde un prisma como el tuyo, atender al público es muy sacrificado, pero ojalá pudiese hacerlo y mirar a los ojos de los clientes como quien intenta descifrar un enigma, como si cada persona tuviese un trozo del mapa que convirtiese ese día, en UN DÍA. Seguramente no se le ocurrió pensar que todos érais espías, se divertiría mucho viendo lo sospechosos que podríais resultar con cualquier movimiento, cualquier mirada esquiva. Es lo que tiene el buen tiempo, las posibilidades se desatan. Otro día te mirará como a ti, y quizá eso no te de paz, pero seguramente te hará feliz. Un beso, Fructus. Me encanta verte ekoizlear.
ResponderEliminarAngéline bienvenida al huerto. Me gusta cómo lo expresas: contador a cero. Básico mantener la capacidad de sorpresa y de asombro a nivel de neonato.Mirada de poeta. Asombrarnos a cada doblar la esquina y dejar esa cara de tonto inmaculado (los oías?)y boquiabierto con cada puesta de sol. Ahora que las cámaras de fotos las llevamos en el móvil todo lo veo como para perpetuarlo en una torpe instantanea. Como aquella bolsa movida por el viento en American Beauty. Gracias por la visita. Te sigo. Y te leo. Me encanta verte nevar.
ResponderEliminarOye Fructus, te estás relajando mucho con el pedaleo. Que sé que esta época en el trabajo es más de saber que de hacer ya. A ver si te pones las pilas y escribes un poco, que ahora estoy de baja y no puedo hacer mucho más que leer, pero vengo aquí y nada, chico, que sigues pedaleando por esos mundos (espero) pero no nos lo cuentas.
ResponderEliminarBesos.
Una fan.
¡Hey! Me uno a la reflexión de Angéline. ¿Andandas? Después de dejarnos con el periscopio enhiesto y la imaginación oteando hacia Hondarribia, con ganas de conocer a tu mesera favorita -cuando está de buenas-, te echamos de menos. Aunque si es por dar pedales, lo doy por bien empleado. Eso también sana el espíritu.
ResponderEliminarSalud.