Toso Fucur eligió el poema de entre las decenas que poblaban su henchidísimo disco duro. Imprimió tres copias y se dio a la industria de pergeñar lema, poner plica y ensobrar santo y seña.
Se dijo que este iba a ser el último certamen al que enviara obra. Con Caballo de Cartón clausuraba su vasta etapa de poeta pseudo-profesional que hacía diana en los periféricos juegos florales de ayuntamientos y diputaciones.
Escrutó el cuadro de Excell donde registraba las cuantías de los premios, las fechas y los títulos de los poemas. Todo aquel acervo de verso blanco y rimado y de cabo roto había propiciado una cuantía que ascendía a treinta mil setecientos veintisiete euros, que divididos entre los 23 galardones daban una ratio de unos mil doscientos euros por poema. Había quien cobraba bastante menos que esa cantidad de soldada mensual, así que no podía quejarse de lo pecuniario de su industria, de su arte.
Soneto, lira, espinela, romance…Toso se medía con cualquiera que fuera el metro y la rima. Pero la fuente se fue secando de un tiempo a esta parte. Casi imperceptiblemente iba viendo cómo su arteria lírica iba encontrando un trombo que le impedía cultivar con naturalidad el heptasílabo, o sincopar la voz o encabalgar la cesura.
Eligió Caballo de Cartón como epitafio de su carrera de vate de provincias. Ya nunca más optaría a los premios. Recordaba con espanto su primer galardón, que tuvo que ir a recoger a Foncilla de las Horcas, y donde un barbilampiño y atiplado concejal de festejos le agasajó con opípara cena homenaje y posterior recitativo de Ultima Voz del Templario.
En Salas de los Infantes llegaron a imprimir Acordada Discordia en la guía de Fiestas, compartiendo pliego el soneto con un llamado en amarillo pajizo de mobiliario de cocina de los Hermanos Gómez.
Manantial de Hiel fue perpetrado por una hija de alcalde en el intermedio que la banda Salamandra tuvo a bien provocar para el descanso del mocerío que poblaba la verbena de Salinas de los Infantes.
Hacía ya mucho que no iba a recoger los galardones, cheques, estatuillas y diplomas, excusándose con males de última hora o decesos familiares de último minuto. Casos siempre de fuerza mayor que entraban dentro de lo razonable y posible. Enviaba el número de cuenta y la secretaria de la concejalía de cultura o de festejos o de lírica rural efectuaba cumplidamente el ingreso a favor del malhadado Toso Fucur.
Toso se cansó, empero. Se sintió viejo y pesado de repente. Y decidió pues, clausurar su lírica fontana con Caballo de Cartón. Quizás uno de sus más débiles versos, quizás el más raquítico de sus poemas. Pero de alguna forma se lo debía a la obrita. Fue una de sus primeras creaciones. Bisoña y amarilla y a la que nunca quiso retocar. Guardaba en su torpe armazón de caballo recuerdos, imágenes, olores a cuero ajado. Sabía que sólo a él le recorrería por la espalda el escalofrío al pronunciar cada sílaba de cada verso. Pero quería que viera la luz, que se oreara y se abriera a los viajes por las estafetas de correos hacia lo pueblos de España.
Ni que decir tiene que obtuvo el primer premio en Bovadilla. Mil seiscientos euros e impresión en las primeras páginas del libro conmemorativo que recogía por orden de galardón las dieciséis piezas que se recepcionaron para el certamen. En el reverso de su poema reprodujeron la fotografía que exigían las bases del concurso. La efigie de Toso, con su doble tocado y el aire duro y adusto de poeta en retirada, quedó pues ligada al último poema que saliera de su afán de vate laureado por administraciones y concejos.
CABALLO DE CARTÓN
Yo también tuve un caballo de cartón,
Que iba perdiendo resuello y trote
Por un bajo vientre desgrapado.
Sobre un armazón de ruedas
cruzábamos dinteles y pasillos,
quizá buscando tipis de pies negros,
desiertos o valles escondidos
entre camas sin hacer o en profundos armarios.
Dormía tras las cortinas
Del cuarto de mis padres.
Manso y mudo. Y nunca me pregunté
Por qué no prefirió a la vera de mi cama
pasar sus noches.
Donde aguardando el sueño
Yo le alargara la palma chica de mi mano
Por cima de su terciopelo ajado
Y de su crin cansada y lacia.
Mi pobre caballo siempre viejo.
No sé, no me acuerdo de si lo llamaba
De alguna forma especial,
De si lo nombré con una voz heroica.
Rayo, Viento, Flecha.
El sólo me miraba con ojos de caramelo
Congelado, rogándome en silencio
Que me abstuviera, así que fui ganando peso,
De cabalgar sobre sus ruedas
Por si las moscas y las hernias inguinales
De caballo de cartón.
TOSO FUCUR
Mira qué he encontrado hoy, y te lo regalo. Lo escribió en su día Alejandro El mínimo:
ResponderEliminar"El comandante García cortó el cable de seguridad y dio un traspiés que lo impulsó de espaldas. En la fría soledad de su escafandra oyó cómo de su boca salía un seco "Oh Dios", para después precipitarse de cabeza hacia el suelo. Cinco metros fueron más que suficientes para hacer añicos el plástico y la aleación estaño-iridio de su visor. Durante el fatal trayecto no circuló por su mente ningún recuerdo infantil ni de cualquier otra índole digno de resaltar, sino sólo una única y explícita exclamación que rebotaba desbocada una y otra vez por entre las paredes de su cráneo "joder, joder, joder..." hasta que su frente vino a frenar la caída.
El cuerpo del comandante quedó tendido, inerte, con el casco y la cabeza abiertos bajo el negro cielo marciano. Inopinadamente, la escafandra no impidió el desastre, y como una cronopia funda de gafas recién adquirida, propició -con una arista insólita- la fractura del hueso. La masa lechosa de su cerebro le cubrió el bello rostro como si un pensamiento hostil le nublara la vista"
El cuento entero (sin final, claro, Aldal no pudo con él) está aquí: http://www.cuentomarte.blogspot.com/
Besos, Fructus, (un anagrama interesante, Toso Focur..)
Oh Angeline¡ Qué recuerdos marcianos. Cuánto tiempo. Creo que aún trabajábamos en la misma mina. Gracias por el condensador de fluzo que me devuelve al pasado. Feliz verano
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