De JONATHAN FRANZEN
Quedo con Sonia en la cafetería Boss. Ha elegido ella el enclave porque se encuentra junto al ambulatorio de Dr. Areilza, donde a las 9:20 se va a someter a una prueba relacionada con un quiste no muy tranquilizador que le encontraron hace seis meses en uno de sus ovarios. Tomo un café duro de sabor junto a unas intactas tartas de fantasía y a unos pintxos de tortilla de patata. También tomo el control de mis impulsos matinales y resisto con ardor, no cayendo en la tentación de una vorágine de aromas y sabores. Sé que a la noche, cuando consulte los dígitos de la balanza que he apostado junto a la cama, me lo agradeceré con una ligera y satisfecha sacudida de mentón.
Sonia entra entonces en la cafetería con la bolsa entre las manos, tendiéndomela como con prisa, y sin dar paso a introitos ni a preámbulos. Me dice que había imaginado que querría empezarlo de inmediato, y que por eso me ha llamado tan temprano. Yo paso por alto el tema puntual que nos ha traído a Boss, y me centro en ella, en si está tranquila o no, en si quiere pedir té o café... Dice que no, y me confiesa que sí, que está muy nerviosa, y que además su ginecólogo es un viejo desabrido con el que no se siente muy a gusto, aunque haya decidido darle una última oportunidad antes de tomar la decisión de cambiar de facultativo. Tratamos el tema de la sanidad pública frente a la privada, de la vergüenza del mercadeo con los temas de salud. La veo más entera que cuando aquella tarde entró en la oficina y rompió en llanto al intentar contarnos los resultados de la analítica. Habla de ello ya con serenidad y confianza, y quiero creer que todo sigue el mejor de los cursos para volver a encauzar la vida de Sonia en lo que siempre ha sido la vida de Sonia: su hijo, su marido en Londres, su trabajo…
Agotado el asunto Sonia, nos embarcamos en el del libro. Lo saca de la bolsa de Elkar y lo agita someramente en el aire mientras suelta alguna puntada graciosa acerca del grosor y del peso. El librero amigo y cliente suyo que se lo ha vendido, le ha dicho que es una maravilla de novela y que está teniendo muchas ventas durante esta su primera semana. Seguramente Arkaitz, que así creo recordar se llama el librero, creería que era sonia quien iba a leerlo, y se habrá esmerado en alabarle el gusto y en rodear la venta con comentarios y frases hechas que usará con los buenos y asiduos clientes. Sin embargo, el éxito de ventas alcanzado en estos siete días -pienso yo- no cuenta con mucho mérito, ya que se ha desplegado una campaña salvaje por parte de la editorial Salamandra, que ha sembrado escaparates y mesas de novedades con ejemplares y carteles. Miro el volumen y fijo los ojos en la faja carmesí que le han ceñido, donde reza la leyenda: El acontecimiento literario del año.
Saco también el tíquet de compra y veo lo que le debo. El otro día, cuando en medio de nuestras conversaciones literarias le dije que me iba a comprar Libertad de Jonathan Franzen, Sonia insistió en que me lo conseguiría ella porque le hacían un descuento considerable, y en que por favor le dejara hacerme uno. Insistió con encono y tan deliciosamente que accedí, y ahora que veo y observo la nota compruebo que de los 25 € que cuesta se lo han puesto en 18`20€, casi siete de diferencia. No tengo suelto, y le doy un billete de veinte. Ella insiste en que cambie en la barra y que le dé el precio justo, y yo en que lo dejemos así por las molestias. Salimos al fresco de octubre y nos despedimos con dos besos en las escalinatas del ambulatorio. Hace ahora un año las subía yo también sumido en un sinfín de cábalas, atormentado y vacío. Me dirijo hacia al coche para ir a Rentería. En la bolsa, Franzen me promete, con su peso, una experiencia de pausado y profundo deleite. Mientras giró la llave de la puerta del coche vuelvo la cabeza para ver la escalinata solitaria por donde ha subido Sonia.
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