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La mejor postura antiálgica

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martes, 3 de enero de 2012

CASA DE CITAS.

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Comenzó a nevar sobre la nieve del día anterior que la noche había helado.
Abrí la ventana y el aire gélido me hizo sentir como si estuviera bajo una ducha fría.
Como cada día, me vestí y salí a buscarla.
Ella estaría haciendo exactamente lo mismo en aquel instante.
Pisando lentamente la nieve al unísono conmigo.
Sincronizados.
Buscándonos.
Ansiosos pero retardados.
Nos habíamos construído durante tanto, tanto tiempo.
Tan ingenuamente seguros, y creyéndonos dos torres que ningún avión podría vulnerar.
La adiviné en los rizos azabaches de diez bellas mujeres, pero sus miradas eran túneles sin luz.
¿Qué me esperaría al cruzar la esquina?
¿Estaría ella haciéndose la misma pregunta en la otra punta de la ciudad?
Lo sabíamos todo de nosotros.
Nos dolíamos en las heridas del otro.
Eramos tan extraños, sin embargo, a nosotros, tan romos, tan borrosos que decidimos jugar al juego de perdernos para encontrarnos de nuevo. Y hacía ya un lustro que nos buscábamos sin éxito. Un lustro que no cruzábamos los pasos en la misma calle.
La desesperación caía lenta como la nieve sobre mis hombros caídos.
¿Caería también derrotada sobre sus negros botines de cuero mate?
Te busco en la nieve.
Igual tú ya hayas desistido.
Creo que nos acabamos de cruzar. Un pálpito fugaz. Me giro.
Sólo la nieve.



TOLSTOI

No hay condiciones de vida a las que un hombre no pueda acostumbrarse, especialmente si ve que a su alrededor se aceptan.




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