Un Stenway brillante como obsidiana en el centro del
escenario, y un Chucho Valdés inmenso a su proa, comandando este tifón caribeño
que ha volcado toda su fuerza durante hora y media, y me ha empapado de son, de
jazz y de Cuba.
Lo primero que me ha sorprendido ha sido la envergadura de
Chucho. Si Sonny Rollin es “The Colossus”, este Chucho tiene empaque para
llevar el sobrenombre de “El Titán”, “El Gigante” o “El Enorme”.
Siempre que veo a un pianista salir por vez primera al
escenario me acuerdo de lo que Thomas Bernhard decía de Gould en “El Malogrado”:
que siempre antes de salir a un concierto sumergía sus manos durante largos
minutos bajo un agua muy caliente, de modo que la sangre corriera acuosa y
ligera entre los dedos raudos de Glenn Gould para interpretar -casi inhumanamente-las
variaciones Goldberg.
Lo primero que ha desmenuzado Chucho ha sido un tema de la
película Calle 54, de Fernando
Trueba, que ha moldeado como plastilina para encajar en plena armonía temas clásicos
de Bach o, -qué delirio-, las partes más emotivas de los conciertos para piano
1 y 3 de Rachmaninov. Esto debería haberlo escuchado Iciar sin duda alguna.
Luego, durante los noventa minutos restantes, ha escanciado
tonadas plenamente cubanas como El Manisero, jazzísticas como Blue Monk,
copleras como Bésame Mucho…pero con tal maestría y preciosismo que dejaba
puertas constantemente abiertas por las que se colaban Gershwin, con su Summertime,
o el mismísimo Chet Baker (a quien
honramos hace muy poco aquí mismo) con su But not for me.
Lo más frío y técnico, quizás las dos composiciones propias
que nos ha regalado y que estarán en su próximo disco en enero. Una de ellas
titulada “Para Ernesto” con la que rinde debido tributo al padre de la
composición cubana para piano, Ernesto Lecuona.
Quería haber llevado a Iñigo conmigo al concierto, pero lo
primero que me dijo es que de ninguna de las maneras iba a ver a un tío que
dejaba que le llamaran Chucho. Bueno, él ahora está a su química y a sus logaritmos.
Ya habrá tiempo para que le convenza para el próximo concierto de finales de
octubre: John Scolfield.
Chucho Valdés me ha dado más de lo que esperaba. Mucho jazz.
No por nada de chico se acodaba en los balcones que daban al Mar Caribe, no muy
lejano del que bañaba las orillas de New Orleáns. Jazz. Mezcla. Vasos
comunicantes.
Veía sus manos reflejadas en el faldón alzado de la cola piano. Las veía indirectamente,
cabalgando las teclas blanquinegras con la pericia y el virtuosismo que sólo
una vida cosida al instrumento puede aportar.