LOS LIBROS.
Aprendiendo a respirar la letra impresa
voy requebrando las curvas cerradas del trayecto.
Intento paladear el placer neto, circular, definitivo
de Borges o Cortazar;
pisar -sin salirme- la línea cervantina,
aunque a veces,
ébrio de Auster o Bolaño
vuelvo rodando como una albóndiga centrípeta
hasta los pies
de Pessoa, Coetzee, Willkie Collins o Cornell Woolrich.
Qué dulces los insomnios a la brisa de vuestras hojas,
libros dilectos y salvados
una y cien veces del escrutinio triste y salvaje
al que me obliga el
espacio finito de las baldas.
Y apenas quiero aprender nada de vosotros,
Ni ser más sabio a vuestra costa,
Que vuestro tacto me basta,
vuestra voz quieta y musitada,
Vuestro rectángulo preñado de artificios y de nadas.
Seguiré aquietando a vuestra sombra
El terrible alarido del silencio,
Pues sólo habrá un par de cosas
más dulce a mis
sentidos
que vosotros, Oh
libros!:
follar con Iciar
y alguna tonada de Paul Desmond.
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