Fueron muchos. Y musicales. Se mezclan como fluídos en una
sopa de tiempo pasado. Pianitos de colores, baterías de cartón y platillos de
maleable latón, guitarritas inafinables, flautines de insuficientes agujeros…
hasta que al final llegaron las guitarras de verdad, las Alhambra, las Admira, con las que una y otra vez ponía a prueba los
sufridos oídos de los míos con acatarrados “Romances Anónimos” y moribundos “Conciertos
de Aranjuez”.
Júpiter o Zeus no me dieron los talentos necesarios para
coordinar melifluamente las notas, y lo que me sale medianamente regular
siempre es a fuerza de persistente disciplina hasta que la piecita sale sola
como por arte de magia.
Pero son los regalos musicales que yo me hacía los que más
me gustaban. LOS DISCOS.
Cómo ha cambiado el mero gesto de comprar un disco en estos
cuarenta últimos años. En aquel tiempo, ante todo reunir el dinero. Luego
adentrarte en Disco Play o Long Play, o incluso comprar por catálogo y esperar
que te lo enviaran por correo, a veces incorporando tú los sellos en el envío
de compra.
Y cuál quedarte entre toda aquella pradera de portadas
sugestivas y coloridas. Cuando era fan de un grupo, la cosa estaba hecha. No
hacía falta escuchar ni uno solo de los cortes del nuevo disco. O hacerte sin
pensar con cualquiera de los anteriores que aún no tenías. Se trataba de un
acto de fe. Léase: Jethro Tull. Luego vinieron en las grandes tiendas como el
Corte Inglés la posibilidad de escuchar el inicio de los temas por la gentileza
de un headphone que sonaba como si estuvieras volviéndote sordo en el fondo de
una cueva de acústica imposible.
Pero ahora comprarse un disco se ha convertido en un acto
absolutamente romántico, apto sólo para los que hemos mantenido intacto el
valor de la posesión. Del coleccionismo, de la tenencia. También ha cambiado
por completo el vértigo de tirarse al vacío de doce o trece temas cuando sólo
conocías uno que la radio-fórmula repetía hasta la locura. Ahora cuando
finalmente te haces con un cd, previamente has podido escuchar en Internet,
spotyfive, you tube… cada uno de los temas, y hasta visionar los videos.
Hoy le he regalado a Iñigo un cd.
Por accidente, encontré en el listado de sus favoritos (
bueno accidente o no, un padre siempre ha de ver los favoritos de su hijo de 16
años) varias páginas interesándose por el álbum Pyiramid de The Alan Parssons
Project, y en algunas de ellas figuraban sesudos análisis donde lo hacían cima en
los rankings de mejores discos de Rock Progresivo. Obviamente discrepo con
contundencia, pero me tiré un largo e hice que pareciera fruto de la casualidad
el que hoy apareciera PYRAMID en las raíces de nuestro particular árbol de
Navidad.
Eso y Absolute Authority han sido los regalos no enchufables
de este año. Regalos que voy a compartir, jeje.
En cuanto a mí, Esperaré a enero, que es cuando Steve Wilson
saca su nuevo álbum. Haré acto de fe, porque me está encantando lo que estoy
oyendo estos días. Más y más, Totalmente adictivo.