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La mejor postura antiálgica

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martes, 31 de diciembre de 2013

BLADE RUNNER








Tiempo de lectura

Me gusta imaginar que Roberto Bolaño no ha muerto y que nos invita a Amalfitano y a mí a comer una paella en Blanes. Una paella a cinco con la compañía de Rodrigo Fresán y Juan Villoro. Un vino del priorato caldea la frialdad inicial mientras la brisa del mediterráneo nos obliga  a poner unas piedras en las esquinas del mantel.
-Sólo quería deciros que siempre hemos estado jugando con esta posibilidad de juntarnos los cinco y charlar distendidamente como Roberto  da a entender en su  “Entre Paréntesis”  que lo hacíais vosotros cuando él aún vivía.
Sonríen acogedoramente y nos invitan con sus cálidas miradas y un elocuente y suave ademán a que demos inicio a la charla como mejor queramos.
  -Pues veréis –se arranca Amalfitano- resulta que acabamos de leer “Sueñan los adroides con ovejas eléctricas?” de Phillip K. Dick, y nos hemos acordado de lo mucho que os gustaba a vosotros, y de cómo considerabais a Dick uno de los mejores escritores del siglo XX… Así que hemos decidido aceptar vuestra invitación a esta paellada literaria y comentaros lo mucho que nos ha gustado.
   -No sabéis lo que daría por volver a leer SLACOE por primera vez –se inicia evocadoramente Roberto- con aquel arrebato que me lanzó hasta la última página de un tirón. Y lo que agradezco no haber leído el libro después de haber visto Blade Runner.
  - ¿De cuándo es la película? –pregunta Rodrigo.
  - Del ochentayuno u ochentaydós –responde rápidamente Juan.
  -Pues la novela –sigue Rodrigo- creo que del sesentaynueve si mal no me acuerdo, y lo cierto es que yo fui un lector tardío de P. K. Dick. He de confesar que vi primero  el film de Scott, del que me enamoré desde el primer fotograma, y luego leí la novela, que me fascinó dicho sea de paso de igual manera, aunque se tratara de otro arte, de otro lenguaje.
  -Siempre me ha fascinado realizar ese análisis –entra Roberto- de literatura comparada entre ambas disciplinas: el cine y la novela. Auque se trate de obras pésimas, de subliteratura o de subcine, que no es el caso, he de decir. Están escuchando ustedes al más firme idólatra de ambas obras, tanto la de Dick como la de Scott. Tan distintas además. ¿No les parece a ustedes, que acaban de leerla ahora mismo?


  - Ante todo tratadnos de tú por favor. Nos haría mucha ilusión que se dirigieran a nosotros como a sus iguales, aunque eso sea del todo imposible. Pues sí, ha sido todo un proceso de gimnasia mental recordando en todo momento  los fotogramas y las escenas del film a medida que pasaba las páginas. Hablo por mí, luego Amalfitano dirá lo que tenga que decir, pero he de confesar que no sé con cuál quedarme.
  - Cierto, a mí me pasó lo mismo –me interrumpe Juan Villoro. No sabía si me había gustado más una que otra. Pero llegué a la conclusión de que es algo inherente a la complementariedad que se da en este curioso caso. Me refiero a que ambas se acoplan y complementan con pasmosa perfección.
  - Es más –rompe Roberto- el  propio P. K. Dick aseguró que llegó a criticar profundamente el guión de Hampton Fancher, pero que tras recibir de la productora un segundo guión modificado, fruto de la contratación de otro guinista, no pudo dar crédito a lo que tenía en las manos. Le fascinó desde el primer momento. Lo describió como sensacional. Habían hecho desde la productora una labor magnífica de reescitura y modificción del trabajo de Fancher.
  - A eso me refería –retoma Villoro. Yo, cuando vi la película, volvi a leer la novela de inmediato, y vi que ambos formatos se complementaban tan bien, que estaba seguro de que a cualquiera que leyera el libro le gustaría el film, y a cualquiera que viera el film le gustaría el libro.
  - Bien, de acuerdo –media Amalfitano- aunque partiendo de la base de que ambos son profundamente diferentes, tanto en la trama, como en la velocidad de los aconntecimientos, como en la misma conceptualización de los personajes.
  - Pero es que no podía haber sido de otra manera –me animo a sugerir- el mismo lenguaje de ambas disciplinas dicta un tratamiento acorde a la sintaxis de la imagen o de la palabra. El mismo metraje ceñido de la película enfaja la anécdota y obliga a recortar asuntos fundamentales de la novela.
  - Efectivamente –se incorpora Fresán- algo tan presente en la novela como es la religión que inunda las vidas de los humanos, creo que se llamaba el “mercerismo”, en la película pasa sin pena ni gloria.
- O –ahora es Roberto el que sigue- la tremenda importancia que tiene para los humanos la tenencia de un animal vivo en casa. Creo recordar que en la película también hay alguna alusión a este hecho con la presencia del búho en la Tyrell, la serpiente de “Zhora”, la paloma en las manos de “Batty” antes de que este muera.
  -Perdona Roberto –me atrevo a corregirle- la paloma es más bien una metáfora de Ridley para sugerir el alma del replicante a la hora de morir. Pero efectivamente, en la novela el tema de la posesión de animales reales como demostración del ascenso en la escala social es algo muy importante. Phillip K. Dick está criticando la América vacía de su propio tiempo usando paradójicamente una herramienta como la ciencia ficción. Los animales se podrían asemejar al último modelo de coche que se aparcaba en la puerta de casa como símbolo de ostentación  y poder.
  -Bien visto –me dice Fresán- e incluso el "mercerismo" no sería sino otro síntoma de la alienación de una sociedad endeble que da muestras de pusilanimidad frente a unos androides que se convierten en los verdaderos filósofos vitalistas.
  - Sí de acuerdo – media Juan- pero eso creo recordar que se subrayaba más en la película que en la novela.  Ridley Scott convierte a los replicantes en verdaderos héroes de la literatura fílmica existencialista, cuando viajan a la tierra buscando a su padre, a Tyrell, a su dios, para pedirle cuentas, y al fin matarlo. Las reflexiones de los “pellejudos” son verdaderas perlas de introspección existencial. Eso, por ejemplo, es un logro de la peli. En la novela los androides son mucho más desvaídos.
  - Eso se demuestra perfectamente – exultante, Amalfitano- en el personaje de Rachel Rosen.  En la novela no entra en una verdadera crisis cuando llega a descubrir que sus recuerdos no son sino implantes, y que por tanto no es humana. En la película, la crisis de Rachel, sus lágrimas son un verdadero y profundo poema. Como anécdota diré que me no me ha gustado en absoluto que Rachel Rosen se vengue de Rick arrojando su cabra desde la azotea.
- Bueno señores, ya va siendo que empecemos a darle importancia a esta fantástica paella –solícito el anfitrión- ya habrá tiempo luego, con el cava catalán a seguir profanando con nuestras lenguas esas dos obras maestras.
  - Muy bien, pero brindemos antes con estos restos de priorato por un excelente 2014, con la venia de don Roberto, que yace más allá del tiempo en el Valhalla de las letras, y que la salud nos contamine a todos con uno de los mejores años de nuestras vidas, el 2014.
- Y por cierto, -ya metiendo Villoro la cuchara- ¿cuál es la novela de Dick que más les gusta? A mí sin duda Ubik… aunque “El hombre en el castillo”….

La paella se impone suculenta y sabrosa y la sobremesa se convierte en un placer de sentidos y conversaciones…
Feliz 2014

martes, 24 de diciembre de 2013

sábado, 14 de diciembre de 2013

MELANCHOLIA de Lars von Triar




Siempre había creído que el cuento era de Cortázar pero tras atosigar los dos volúmenes de su cuentería completa he de claudicar y empezar a pensar que pudo ser de García Márquez o de Monterroso, o…
El protagonista, llamémoslo a lo Kafka, K, escuchaba atentamente el viaje a una localidad que un su amigo le relataba con todo lujo de detalles. La llegada a la plaza, las sensaciones, los vivos colores, aromas, las caras, la luz. Recorrió montado en el verbo del narrador todas las calles de la población; visitó la iglesia y la plaza, y asistió atento a cada giro de callejas y cantones  por el corazón de la villa. El relato tan vívido se fue dibujando en su corazón de forma indeleble
Años más tarde, K tiene la ocasión de visitar él mismo el lugar y no lo duda. Llega, disfruta, se mezcla, pernocta.
Con el paso del tiempo,  K se da cuenta de que el  recuerdo que guarda de su paso por la población es el primero, el que se fijo en su interior mientras escuchaba el relato del amigo. La narración se había impuesto a la vivencia, y de ésta apenas guardaba  retazos inconexos .



Eso mismo le pasó ayer a Iciar con Melancholia, de Lars von Triar. Hace una año aproximadamente vi la película, y quedé tan fuertemente impresionado que no pude sino contarle  la trama con todo lujo de detalles. No había miedo a destriparle el argumento porque pensé siempre que ni era  el tipo de cinta que ella vería ni que se le diera la ocasión.
Pero erré, porque ayer se dio. Y tras el fundido en negro me dijo que bien, que le había gustado, pero que a pesar de las imágenes y encuadres tan impresionantes, notaba que la Melancholia de verdad, la que iba a guardar en la memoria como disfrutada, era la que yo le narré y ella montó en su propio imaginario.

Con lo que nunca pude haberle contaminado ni remotamente fue tarareándole la extraordianria música de Wagner.



Aunque ésta tampoco está mal






sábado, 30 de noviembre de 2013

MARTIN BARRE & IAN ANDERSON



El viejo juglar fue perdiendo la voz, y cayeron también las raídas y malolientes capas de su ropa infecta. Los ácaros que anidaban en el ecosistema de su enredada barba vieron cómo una cuchilla afilada les despojaba del calor de las pústulas de su mentón. La mirada, huidiza y lasciva a un tiempo, se civilizó. Y los arpegios -violentos como estertores- de su oxidada flauta comenzaron a convivir con los refinados acordes y arreglos de las orquestas más afamadas de la Isla.



 

















Desde un primer momento había quedado claro que Ian sería el icono de la banda, el escaparate, el frontman, el enfant terrible, la imagen y el verbo de Jehtro Tull. La provocación. Monstruo multifacético, fue capaz de convertirse con tan solo 23 años en el libidinoso Aqualung, para luego más tarde identificarse como el más creíble de los trovadores de afilada lengua, o tansmutarse en un noble hacendado de la campiña inglesa.  Pero nada de actuar. Ian afirma que es incapaz de ello, que ese no es su trabajo. Que cada personalidad que ha encarnado en el escenario sale directamente de él mismo. Que es incapaz de representar personajes que no sean él mismo de una u otra manera.             Anderson, al frente. Barre, atrás, con la banda.







 













 Anderson poco menos que disolvió la el grupo, y siguió una estela propia que le llevaría por sonidos distintos, afines a los nuevos tiempos. Donde la guitarra de Martin ya no sería tan necesaria y se alzarían, a modo de prueba, ruidos sintetizados por las modernas computadoras de los ochenta y noventa.






El viejo Barre se quedó solo en su nueva mansión comprada con los royalties de Thick as a Brick, Aqualung, Locomotive Breath, My God…haciendo escalas bluseras en su colección de Fenders. Y qué grande es Barre, y cómo le ensalza esa modestia que se gasta. Fueron 21 los trabajos de estudio que grabara con JT. Bueno, en realidad todos menos This Was, el primero de la banda, ya que él se enroló un año después de editado aquél, en 1968. Y desde que navega solo, ha editado tan solo tres discos, a los que añade estos días un cuarto “Away with words” tras diez años en barbecho.



Se llevan bien el bardo y el juglar aunque sigan derrotas divergentes. Ian es un workoholic que sólo dio un respiro a la música cuando decidió embarcarse en el negocio de la cría del salmón en las islas Skyes, allá en Escocia. Barre deja pasar décadas entre disco y disco en solitario, consciente y esclavo de esa falta de appeal de la que goza el minstrel.

 












A los 67 años, uno se aferra a lo que sabe hacer; busca su identidad mirando con ira por el espejo retrovisor, repitiéndose una y otra vez que lo que hizo va a perdurar hasta sobrevivirlo.Y cada noche, antes de meterse en la cama, le musita a la imagen que le devuelve el espejo mientras se lava los dientes, que él es Jethro Tull. Y se acuesta sin apagar el eaquipo de música, y se hunde en el mar del ensueño con la voz de Anderson acunándole en Wond´ring Aloud, mientras se va haciendo esa pregunta mortecina que le adentra en la inconsciencia: por qué.