Siempre había creído que el cuento era de Cortázar pero tras
atosigar los dos volúmenes de su cuentería completa he de claudicar y empezar a
pensar que pudo ser de García Márquez o de Monterroso, o…
El protagonista, llamémoslo a lo Kafka, K, escuchaba
atentamente el viaje a una localidad que un su amigo le relataba con todo lujo de detalles. La
llegada a la plaza, las sensaciones, los vivos colores, aromas, las caras, la
luz. Recorrió montado en el verbo del narrador todas las calles de la
población; visitó la iglesia y la plaza, y asistió atento a cada giro de
callejas y cantones por el corazón de la
villa. El relato tan vívido se fue dibujando en su corazón de forma indeleble
Años más tarde, K tiene la ocasión de visitar él mismo el
lugar y no lo duda. Llega, disfruta, se mezcla, pernocta.
Con el paso del tiempo, K se da cuenta de que el recuerdo que guarda de su paso por la
población es el primero, el que se fijo en su interior mientras escuchaba el
relato del amigo. La narración se había impuesto a la vivencia, y de ésta apenas
guardaba retazos inconexos .
Eso mismo le pasó ayer a Iciar con Melancholia, de Lars von
Triar. Hace una año aproximadamente vi la película, y quedé tan fuertemente
impresionado que no pude sino contarle la trama con todo lujo de detalles. No había
miedo a destriparle el argumento porque pensé siempre que ni era el tipo de cinta que ella vería ni que se le
diera la ocasión.
Pero erré, porque ayer se dio. Y tras el fundido en negro me
dijo que bien, que le había gustado, pero que a pesar de las imágenes y
encuadres tan impresionantes, notaba que la Melancholia de verdad, la que iba a
guardar en la memoria como disfrutada, era la que yo le narré y ella montó en
su propio imaginario.
Con lo que nunca pude haberle contaminado ni remotamente fue tarareándole la extraordianria música de Wagner.
Aunque ésta tampoco está mal
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