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La mejor postura antiálgica

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viernes, 4 de enero de 2013

EL FESTIN DE BABETTE







Al principio, Fructus se sintió agasajado. Que su hijo de dieciséis años, Iñigo, quisiera ir al cine con él, compartir una sesión golfa con él (10:15 pm), consentir en ver una película de la que no había oído hablar en absoluto con él…  Todo ello –digo- iba siendo cada vez más inusual, por lo que la sorpresa primera se trocó en alborozo al ver cómo el niño cumplía los horarios previos de vestirse con premura y de cenar con la disposición necesaria como para llegar holgados a la sala.
Luego se percató, y esto no fue menoscabo en absoluto para su sensación de relajo y ufanía, de que unos días antes le había relatado cómo no hacía mucho tiempo, en Madrid (o en Barcelona) había tenido lugar una experiencia extraña llamada “sesión fantasma” , que consistía en que los espectadores compraban una entrada sin saber previamente el título de la cinta que iban a ver. Ahora recordaba que a Iñigo le pareció fantástico, y que así se lo hizo saber durante la conversación, confirmando que él iría sin dudarlo a un evento así si se montara en Bilbao.
Estaba claro pues,  que el hijo de Fructus a falta de sesión fantasma oficial,  se estaba entregando al requerimiento de su padre como si de una de esas convocatorias  se tratara.



El festín de Babette  llevaba en las salas de los Multis desde mediados de noviembre. Se trataba de una proyección fruto del 25 aniversario de la cinta, que en 1987 había dirigido el danés Gabriel Axel  para ganar el óscar a la mejor película extranjera de aquél año, así como una infinidad de premios más en multitud de festivales y certámenes en los años que siguieron.
Con tal motivo, se había efectuado una restauración de la cinta y se devolvía al mercado de la exhibición para el contento de los recalcitrantes cinéfilos. 
En la taquilla se anunciaba como  aviso de  navegantes que la copia que se iba a proyectar era en formato DVD, lo cual les hizo fruncir el ceño a ambos mientras aguardaban en la cola para pagar sus entradas. El niño aventuró que habrían subido el precio de las mismas con los recortes drásticos de aquel principio de año, aunque vieron con atenuado alborozo que no había sido así, y que el único cambio digno de consideración fue que el tamaño de las tickets de papel había aumentado en al menos un triple de su original, lo que para un coleccionista como el impúber muchacho fue causa de matizada alegría.

Fructus recordaba, por aquello de los paralelismos inevitables y recurrentes, cómo la última vez que fueron juntos los dos al cine a esa hora avanzada de la noche, él se quedo –víctima del cansancio que le suponían los inevitables madrugones-  irremediablemente dormido durante al menos cinco o diez minutos, perdiéndose algunas de las escenas centrales de Looper.  El hijo se lo echaba en cara ahora sí y luego también, haciéndose mofa de la edad que tenía, que si era un abuelo y que si tal y que si cual… Así que en esta ocasión, el padre se previno de no volver a las andadas preparándose un buen vaso de café solo, que aderezado con más de las aconsejadas galletas Creme Tropical de Gullón, le mantendrían avizor y en vigilia permanente durante todo el metraje.

En la sala sólo se encontraban un trío cuando llegaron ellos, a los que luego,  pocos segundos antes de que empezara la función, se sumó un solo espectador más. Iñigo le hizo notar a su padre la extraña inclinación de la sala, ya que en lugar de estar aparaninfada, la pantalla se encontraba en un plano superior a las butacas, como si se encontraran permanentemente en un avión en el preciso instante del despegue.


Apagadas las luces, la película se fue desarrollando morosa, suavemente. Fructus iba mirando de hito en hito la cara de su hijo temiendo que aquel paladar más habituado a persecuciones , explosiones, y en cualquier caso a desarrollos más ágiles e irreflexivos en la dirección,  acabaran por dormirlo a él en esta ocasión. Pero no. Las muestras eran de plena atención y de deleite. Por la mitad del metraje, el joven acercó su cabeza a la de Fructus como queriendo transmitirle un comentario: “¿cuál fue” –le musitó-“ el titulo de la película que proyectaron en aquella sesión fantasma que me dijiste el otro día?”
“Holy Motors” fue la respuesta. Y ya casi al final, fue el padre quien acercando su boca al oído del joven le susurró: “creo que ya estás listo para ver una de las películas considerada como de las primeras y mejores de la historia del cine. Se llama La Palabra.” No hubo réplica.

 













Aquella noche Fructus fue objeto de los efectos del Saimaza ingerido y no se fue a la cama hasta bien pasadas las cinco de la madrugada. Le dio tiempo a avanzar considerables páginas en la relectura que estaba haciendo de “La parte de los críticos” el primero de los libros de 2666. Y acudiendo también a su edición de “Cuentos reunidos” de Isak Dinesen  vio que entre los cinco cuentos que se ordenaban bajo el epígrafe de “Anecdotas del destino”, el segundo de ellos era “El festín de Babette”. Y por supuesto no ofreció resistencia alguna, víctima del insomnio como ya se sabía, a adentrarse en la lectura de la  obrita.
Comprobó, rodeado de la oscuridad de la que le protegía el pequeño islote de luz amarilla de su flexo, que la versión cinematográfica había sido extremadamente fiel al texto, y que la voz en off del film estaba en todo momento incrustada en la letra impresa. Y que, aunque pocas, alguna diferencia había entre los dos desarrollos que estaba experimentando aquella noche:

1.- La acción no se enmarcaba en las costas occidentales de la península de Jutlandia, en Dinamarca; sino en el pequeño pueblo pesquero de Verlevaag, en Noruega.

2.-La vistosidad del pueblo descrito en la novelita  “ …pueblecito que parecía de juguete, una construcción de pequeños tacos de madera pintados de gris, amarillo, rosa y muchos otros colores.” difería enormemente del triste y desvaído gris que imperaba en todo el caserío dispuesto en la película. Es más, las dos hermanas, Phillipa y Martine vivían en la casa a la que una y otra vez se describe en el libro como la casa amarilla.

3.- En la cinta no se trasluce el protagonismo revolucionario del pasado de Babette, quien es descrita en la carta que Papin les manda a las dos hermanas como una petroleuse, es decir como una de aquellas mujeres que pegan fuego a las casas con petróleo.

4.- La anciana señora Loewnhielm se traslada con su sobrino el General en un trineo, habida cuenta de la enorme cantidad de nieve con la que se describe el escenario del relato, y no en un carro como se refleja en la película.

5.-A los postres, Babette dispone una fuente con una riquísima variedad de frutas, entre las que se pueden apreciar piñas, mangos, papayas y frutas de la pasión;  mientras que en el cuento sólo se hace referencia a uvas, melocotones e higos frescos.
 
6.-Al finalizar la cena, vemos cómo en la película los invitados salen al aire helado de la noche y se sitúan en torno al pozo de la calle, agarrados de las manos mientras entonan unas canciones, seguramente salmos. La noche estrellada maravillosamente, se cierne sobre ellos, y vemos cómo el efecto del vino y el champagne ha hermanado a la congregación como hasta  ahora nunca habíamos visto. Sin embargo, en el libro: “los invitados de la casa amarilla se fueron a pie y andaban haciendo eses, se caían sentados o sobre las manos y rodillas, y se levantaban cubiertos de nieve, como si se hubiese lavado los pecados y hubieses quedado tan blancos como la lana.”




Los ojos se le iban ya cayendo a Fructus así que los efectos del café se fueron disipando bajo los del reloj. Cerró los libros y dio por bien empleada la noche. El rostro sudoroso y satisfecho de Babette, tras haber despachado aquella excelente cena, se le aparecía neblinoso mientras iba orientándose hacia la cama con las luces apagadas de la casa. Una artista que había usado lo mejor de ella misma para devolver el bien que una vez se le había hecho.

 ISAK DINESEN

Verlevaag enla actualidad