Me gustaría ahora hablar del tiempo ambiental, como hiciera magistralmente en "El Libro del Desasosiego" el gran Fernando Pessoa. Qué adolescente no habrá tenido esta biblia lusitana como libro de cabecera. La tuve yo. Y como libro de mesita de noche, al que acudir en cualquier momento abriendo al azar sus páginas, como dictan las instrucciones de Rayuela (qué pésimas me han parecido siempre las novelas de Cortázar, al contrario que sus cuentos), como hago ahora de vez en cuando con el socorrido "Entre Paréntesis" del malhadado Bolaño (hubo un tiempo que marcaba con un palito encima de cada epígrafe que encabezaba cada entrada, por ir llevando la cuenta de cuántas veces embestía las páginas de este libro).
El Libro del Desasosiego es un inmenso blog de principios de siglo veinte. Un enorme e intimísimo blog donde el ortónimo se abre las entrañas y nos habla de sus ocurrencias más sentimentales, de sus efluvios psicológicos, de sus lecturas. Me lo imagino escribiendo en su cafetería lisboeta, en una libreta tipo Moleskine, mientras enturbia con el humo de un cigarrillo negro el amargo sabor que el último sorbo de café le ha dejado en el cielo de la boca. Escribiendo sobre el tiempo atmosférico, sobre el clima, como en aquella entrada, casi greguería, que consta tan sólo de una frase, tan ligera como pegajosa:
"El calor, como una ropa invisible, dan ganas de quitárselo."
Hoy se celebraba también la III edición de la Bilbao Extreme, a la que no me he apuntado. He coincidido en algunos tramos con los esforzados participantes, pero sin la presión que les atenazaba y les impelía a un mayor y continuado esfuerzo. Mi ciclada ha sido exigente empero, pero placentera y libertaria; improvisando y cambiando el rumbo según se me presentara de insinueante la trocha.
Fresco y luminoso día de finales de mayo. Embarrado y encharcado, el firme me ha ofrecido la diversión habitual y propia de otras fechas.
No he llevado mi mp3. Lo cierto es que apenas lo llevo cuando monto a Scotty. Pero en plena ascensión me ha asediado, humeda y lejanamente atronadora, la maravillosa canción "Riders on the Storm" de The Doors.
El otro día me enteré de la muerte de Ray Manzarek, el culpable de aquél sonido tan sugerente de la banda. Bien que Jim Morrison se llevara la fama por su iconografía elvisiana y su temprana muerte, pero es justo devolver a Ray la responsabilidad de todo ese soul, apantanado en un blues oscuro, eléctrico...
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