Ahora que me he serenado y que al fin he puesto días de por medio, podría intentar plasmar lo que ha supuesto subirme en las alas de este níveo ganso de Camel que nos ha ensillado un renacido y atemporal Andrew Latimer.
Pero antes de empezar, quizás unas breves notas acerca del
traslado a Londres.
Sin duda alguna somos más dados en mi casa a los viajes
domésticos, y por eso hay que valorar en su justa medida el esfuerzo de Iciar
por vencer su miedo a volar; así como que Iñigo perdiera dos días de clase a
tan sólo una semana de la primera evaluación de este 2º de batxillerato tan
decisivo. Ambos tuvieron que aguantar mis prisas y mis descontroles
woodyallenescos por los pasillos de los aeropuertos y por los andenes de las
estaciones, por lo que les estoy –siempre- en deuda impagable.
Por lo que a mí respecta, conseguí por fin poner en práctica
mi inglés de toreo de salón, para sacarlo a un ruedo donde erales y novillos se
convirtieron en recepcionistas, chóferes, vendedores, o meros transeúntes. Superamos con Flying Colours el síndrome de
Paco Martínez Soria, y quedamos con ganas de volver a cualquier otro evento que
nos reclamase desde la no tan pérfida Albión.
Pues eso, que comimos "Fish and chips" en traditional Pubs,
compramos discos en Camden Town, navegamos por el Támesis, y buceamos bajo el
asfalto londinense por las entrañas del suburbano más antiguo del mundo
.
.
Y así,
deleitándonos en Londres durante el sábado y el domingo, llegamos por fin al tan
ansiado lunes en el que Andy nos tenía reservado el momento más memorable de
nuestro viaje.
Desde la estación de Oxford Circus (la más cercana a nuestro
hotel) a la de Liverpool Street, para allí cambiar a la "circle line" y tras dos estaciones más llegar a la salida
del Barbican Center.
La oscuridad y quietud de esa zona hacían que las ocho de la
tarde se parecieran más a las doce de la
noche, y tras superar un laberinto de escaleras y pasillos por aquel complejo
urbanístico al fin nos pudimos guarecer de las tinieblas entrando en el inmenso
auditorio. Luces, tiendas, bares, pero sobre todo una multitud de seguidores
que, como nosotros, esperaban ansiosos, nerviosos, espectantes, el momento de
hacer uso de las codiciadas entradas.
Teníamos aún media hora larga de espera, y la regamos
tomándonos unas cervezas (los mayores de edad) y una coca cola. A Iñigo se le
notaba nervioso, haciéndonos de vez en cuando alguna observación acerca de lo
carrozas que eran (éramos) la mayoría, y de cómo se sentía un poco bicho raro
entre tanto abuelo luciendo orgullosas camisetas retro. Algún grupo había
venido desde Argentina, como así lo gritaban sus camisetas. Había americanos
que viajaron sólo para oír el concierto. Pero el premio se lo llevaron aquellos
que se presentaron en Londres volando desde Australia sólo para asistir a esa oportunidad
de ver, quizás por última vez para ellos, un concierto en vivo y en directo de su
grupo favorito.
Ya dentro, nos encontramos con que los asientos que estaban
delante de nosotros los ocupaban una familia de Leganés cuyos hijos, chico y
chica, serían poco mayores que Iñigo e igual de seguidores de la banda.
Y empezó el concierto. Se apagaron las luces y se encendió
el escenario con un azul bilbao que se fue llenando con los integrantes del
grupo, hasta que por fin, salió Andy Latimer con su guitarra en ristre. La
ovación fue estremecedora. Antes de tocar una sola nota el líder de la banda se
ganó un recibimiento abrasador sólo por ser quien era, y por haber regalado al
respetable tantísimos momentos grandiosos a lo largo de su histórico musical.
Ver a ese hombre agradeciendo la salva de aplausos durante
tantos minutos, gozando de tamaña aclamación sólo por salir y mostrarse, ya
presagiaba que lo que estábamos a punto de presenciar iba a conseguir que nos
sintiéramos parte de algo inenarrable. El entusiasmo era atronador y el
ambiente electrizante. Un ligero cosquilleo erizaba el vello de mis brazos. Y
aún no se había escuchado ni una sola nota.
Tras un eón de aplausos, entonces, Andy, pudo empezar a agradecer tal erupción
volcánica: “well, it´s been quite while.
Thank you. It´s good to be
here. At my age it´s good to be anywhere”.
La primera parte de aquella noche sublime la ocupó Snow
Goose al completo. Y no fue una reproducción al pie de la letra del fantástico
disco tal y como lo tenemos memorizado nota a nota en nuestro adn musical. A
medida que progresaba, nos dábamos cuenta de las sabias variaciones a las que
el autor sometía a su obra. La modificaba, la torneaba, la recreaba. Era como
si nos estuviera sometiendo al juego de descubrir las diferencias. Vimos y
escuchamos pues a un Ganso de Nieve vivo, atemporal, que viajaba desde el
pasado en el que lo conocimos hasta el presente de aquella majestuosa sala de
conciertos, con unas plumas remozadas, renovadas, que lo elevaban sobre
nuestras cabezas como el espíritu de la buena música que era.
Tras un pequeño receso en el que salimos al "merchandising
stall" paraa comprarnos un par de camisetas que conmemorasen el evento, se inició
la segunda parte de aquel milagro donde se iba a acometer la selección de temas
de toda la carrera de Camel. Yo no tenía ni la menor idea del jukebox que se
nos venía encima, y así se convirtió en un verdadero placer acoger primero el
memorable "Never Let Go" del primero de sus discos, para seguir con "Song within a
song" de "Moonmadness", o "Echoes" de "Breathless". He de admitir que lo que siguió no lo
controlaba porque sin duda venía de sus últimos discos.
La salida del escenario al final del segundo bloque fue
coronada de nuevo con una inmensa algarabía de aplausos, silbidos de adoración
y griterío de aliento. Así salieron de nuevo para retomar el "Never Let Go" con
el que ya abrieran la segunda parte, aunque esta vez dedicándosela al compañero
ausente Peter Bardens.
Y como no podía ser de otra manera, el broche vino en forma
de uno de sus himnos más conocidos, de la eterna "Lady Fantasy".
Una banda que estuvo a la altura de uno de mis guitarristas
favoritos de todos los tiempos, de un compositor de esa música atemporal que me
traslada al pasado y que sin embargo permite que la siga escuchando con oídos
nuevos para descubrir nuevas sensaciones.
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