Juan Madrid. Llega a mis manos desde una librería de viejo
improvisada en una pared triste de uno de esos establecimientos que brotan como
hongos en estos tiempos de crisis. Los objetos de segunda mano se hacinan en su
fealdad sin fondo, clasificados arbitrariamente
en ese loft-purgatorio de sucia luz donde te mueves con miedo de rozar una vajilla opaca de mil potajes, un dudoso equipo
de alta fideledad o o una figura de Lladró más falsa que la boda en la que alguien se deshizo al fin de ella.
Siempre había querido leer a Juan Madrid, y desde 1980, año
de su primera novela, se me estaba ya cuajando la leche. Y aquí está pues, Toni Romano. Al fin. Recorro sus hojas y le veo la cara ajada al ex policía, las
cicatrices de las manos, y el primer esbozo de un espíritu vapuleado
por la vida que se irá concretando y
desenvolviendo en las siguientes novelas de la serie.
La novela de Juan Madrid es honesta. Describe el tiempo en
que fue escrita pasando de cerca el espejo por los años de la transición. Describiendo
la sombra que iba dejando la muerte del miserable General, donde el cambio de poderes fue
tan sólo nominal, donde al fascismo le costaba cambiar aún la camisa azul por
la corbata corporativa de los ministerios.
Juan da la voz a Toni Romano y al resto del elenco con el
que actúa. Se esconde el narrador tras la acción trepidante de los
delincuentes. Cede el protagonismo de la tercera persona a la queja del pobre y del hambriento de
justicia en un Madrid dominado por un nuevo modo de dictadura: la corrupción que se extiende como la gasolina inflamable hasta hoy día, el trapicheo
urbanístico, la génesis de la burbuja inmobiliaria en manos de la burguesía franquista que sigue girando y girando por
la ladera del siglo XXI, aunque se forjara, como J.M. apunta, en la década del 75 al 85.
Y como no hay burbuja que no acabe reventando, aquí estamos todos ahora, acabándonos y reinventándonos y llorando mientras nos levantamos y señalamos las camisas sucias de azul de los Blesa, los Aznar, los Rato...
Y como no hay burbuja que no acabe reventando, aquí estamos todos ahora, acabándonos y reinventándonos y llorando mientras nos levantamos y señalamos las camisas sucias de azul de los Blesa, los Aznar, los Rato...
Una novela que no te deja polvo antiguo en el paladar porque
no fue impostada ni mentirosa con su tiempo. Al igual que las novelas de Baroja
se pueden seguir leyendo aunque los tiempos hayan cambiado esos mismos
escenarios de Madrid la ciudad.
Juan Madrid no se identifica con Delibes ni con Cela, y
vuelve a recuperar en Baroja, y hasta en Valle Inclán las herramientas que
necesita para el oficio. Para él sí que hay una Transición Literaria honesta en
aquellos años de cambio. Establece una ruptura con la literatura inmediatamente
anterior porque no se reconoce en ella y porque no le sirve para describir lo
que está viendo en su barrio de Malasaña, y en todo Madrid. No encuentra un
padre que le dicte el estilo que ha de seguir, y se lanza hacia una especie de
novela social tintada de negro. Del negro de Dashiel Hammet o Raymond Chandler.
Una novela rápida, tansgresora, emocionante que denuncia desde la ficción la
injusticia de un tiempo histórico, cruel y demoledor con el hombre indefenso de
la ciudad.
Mendoza o Montalbán cabalgan con él y le superan quizás. Pero Un beso de Amigo promete mucho: la certeza de una voz propia y la construcción de un peronaje, Antonio Carpintero, que se convertirá en un entretenido y afilado bisturí con el que este novelista de izquierdas denunciará la injusticias de los poderosos en un tiempo que nos han hecho creer "democrático".
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