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sábado, 1 de marzo de 2014

LA COCINERA DE HIMMLER






La cocinera de Himmler
Franz-Olivier Gierbert
Traducción de Juan Carlos Durán Romero

Vivid si me creéis, no aguardéis a mañana.

Coged desde hoy las rosas de la vida
                                                     RONSARD.


"El instituto holandés Clingendael, especializado en relaciones internacionales, calcula que se eleva a 231 millones el número de muertos  provocados por conflictos, guerras y genocidios de este siglo XX que no paró de rebasar todos los límites de lo abyecto.
¿Qué especie animal es capaz de asesinar hasta ese punto, con tanta ferocidad? En todo caso, ni los monos ni los cerdos, nuestros parientes más cercanos, y menos aún los delfines ni los elefantes. Hasta las hormigas son más humanas que nosotros.
En el siglo XX tuvo lugar el exterminio de los judíos, el de los armenios, el de los tutsis. Sin mencionar las matanzas de comunistas, anticomunistas, fascistas y antifascistas. Se sucedieron las hambrunas políticas en la Unión Soviética, en la China Popular o en Corea del Norte, que diezmaron a una población supuestamente rebelde. Los sesenta o setenta miloones de víctimas de la II Guerra Mundial, provocada por Adolf Hitler, quien inventó la industrialización de las masacres. A todo ello hay que añadir el resto de infamias, como las del Congo Belga, Biafra o Camboya.
En el palmarés del horror, Hitler, Stalin y Mao figuran en los primeros puestos, con decenas de millones de muertos en su haber. Gracias a la complicidad de sus aduladores, intelectuales o políticos, pudieron aplacar su sed de sangre y ejecutar con todas sus ganas tantos sacrificios sobre el altar de su vanidad.
La felicidad no se regala: se fabrica, se inventa. Lo aprendí leyendo a los filósofos de la alegría que habían escrito claramente  lo que yo pensaba sin haber sido capaz hasta entonces de formularlo. Epicuro, que dijo tantas cosas buenas de la felicidad de la contemplación, murió por culpa de una retención urinaria tras haber soportado un cólico nefrítico. Spinoza, cantor de la felicidad, fue proscrito y maldito por su comunidad. Nietzsche, en fin, celebró la vidad, y pretendía conocer una felicidad sin nombre mientras su cuerpo le martirizaba, aquejado de un herpes genital gigante y una sífilis terminal, a los que había que añadir una ceguera progresiva y una hiperestesia auditiva. Sin mencionar sus crisis de migrañas y vómitos"




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