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La mejor postura antiálgica

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domingo, 11 de abril de 2010

CARAMBOLAS

Intentaré referir -aunque han pasado ya algunos meses- un extraño caso en el que me he visto envuelto en este ocioso negocio de la lectura de libros al que dedico mucho de mi tiempo. Por ser el de mi cumpleaños, tenía apercibido a Iñigo de que el título que deseaba recibir como regalo fuera Moby Dick. Una de tantas obras que parecen de obligada y necesaria lectura.
Así que en unos días conté con el bonito volumen de Debate, y comencé a adentrarme en la historia de Ismael y de su indígena amigo. La caza de la ballena fue ralentizándose sin embargo, no era todo lo absorvente que había previsto. Todo lo contrario, se fue convirtiendo en un ejercicio de esfuerzo y compromiso por mi parte, poco más que para amortizar y agradecer el regalo. Acabó todo ello, como no podía ser de otra forma, abandonando la lectura, aplazándola sine die hasta encontrarme de otro humor.
Mientras tanto, Auster sale de nuevo a la luz de la mano de Anagrama. Invisible. Me lo bebo. Entra en vena dulcemente. La resaca que me proporciona me hace revisitar el número que la revista Quimera sacó en monográfico sobre él. Y descubro en una entrevista, que entre sus autores favoritos están algunos pioneros americanos, y entre ellos , Nathanian Hawthorne, el autor de La Letra Escarlata. Antes de acometer ninguna otra lectura me dejo caer por la biblioteca municipal de Rekalde, y casi por azar tropiezo alegremente con "20 días con Julián y conejito" de N. Hawthorne.
 Lo alquilo sin dudarlo y me lo calzo en dos días. En él, el autor apuntó en forma de diario la  encantadora experiencia de compartir la casa durante 20 días con su hijito de cinco años Julian, y con su mascota "conejito" mientras su mujer se ausenta por temas familiares. Página tras página me voy enterando de que resulta ser vecino suyo ni más ni menos que Herman Melville. Y queda incluso recogida la visita de éste al hogar de los dos varones Hawthorne; y una excursión que realizan al campo en el carruaje de Melville. Durante estos breves contactos le cuenta éste cómo está acabando de escribir Moby Dick. Pocos días después, Nathanian recibe de manos de Hermann un maravilloso regalo: uno de los primeros volúmenes de Moby Dick que la editorial le ha enviado al autor, y que se inicia con la dedicatoria cariñosa que le hace su  vecino y amigo. Por supuesto, corro raudo hacia mi edición de la novela, et voilá...
COMO MUESTRA
DE MI ADMIRACION POR SU GENIO
DEDICO ESTE LIBRO
A
NATHANIAN HAWTHORNE
Y ahí estoy yo, en medio de semejante bucle literario, entre Melville, Auster y Hawthorne. Con los tres libros delante de mis narices, y perplejo ante tanta casualidad que en breve tiempo nos ha unido a los cuatro en este viaje diacrónico de referencias, entrevistas, dedicatorias y sorprendidas lecturas.
Expuesto así, lacónicamente y con mis flacos recursos expresivos, seguro que transmite escasa o ninguna emoción. Pero quiero constatar que dicha situación me tuvo sumido durante varios días en un estado muy interesante.


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