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La mejor postura antiálgica

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martes, 28 de septiembre de 2010

Efluvios Viña Esmeralda

Ya sé que todos ustedes leen novelas. Como yo. Cómo no. Cómo si no escapar de este tedioso noriar alrededor del día.
Estaba acabando a Roncagliolo, ustedes ya saben, y barruntando qué ingenios aventurar que manchasen dignamente esta locura informe e incomprensible que son los blogues -y entre ellos el peor este ekoizle maldito. Y de repente, mientras lavaba la última copa del cumpleaños de mi hijo -como se lo digo, oigan- me viene la luz,  y pienso... que no conozco al bueno de Santiago R. Y que en puridad, no me ha gustado la novela -que aún no he acabado- y que como no le debo nada, puedo decir impunemente, que no me ha gustado su ensayo del sol naciente. Y que me gustó casi más la película. La de Sofía. Sin el casi.
 Y sigo pensando... que lo que me ha hecho crecer a mí siempre de este oficio vago de leer letras impresas es... con lo que más he disfrutado... oigan, y no es por seguir la moda de la negrita de Oprah,,, pues que es ... Bolaño.
BOLAÑO.
Los Detectives Salvajes, y luego 2666.
Pero que para llegar a eso. A crear el paladar que atrape el retrogusto chileno del infrarealista chicano, han tenido que educar esta lengua otro ejercicios dichosos. Y mientras fregaba y fregaba las copas donde escanciara Viña Esmaralda, me venían los libros, pocos, sabios, a veces prestados y otras robados. Y me place exponerlos en plaza pública y a esta hora intespestiva de martes víspera de huelga.
Thomas Mann.
Apenas me acuerdo de La Montaña Mágica que nos sea la Chaise Longue y un capítulo tedioso que describía la primera Guerra Mundial, que me recordó  a su vez otro capítulo tedioso  que en Retrato de un Artista Adolescente describía una fachada barroca o renacentista, fachada o arcada o cimborrio o yo qué sé, que ya hace mucho tiempo de aquella lectura, que por cierto, hice caminando día tras día, tras comer en casa y dirigiéndome a la oficina. Había adquirido la asombrosa pericia de leer mientras caminaba, evitando farolas, mierdas de perro y pesados saludos a pesados viandantes. Lo juro.
Dos años antes. o tres, yo iba a la universidad de Deusto, y en el último curso de aquella locura compartí pupitre con una de las primeras alumnas que estrenaron este trasiego que hoy se llama Erasmus. Era una valquiria  germana, que venía de cerca de los montes metálicos- Que me recomendó El Lector. Por lo que siempre le estaré agradecido. Con el que tuve una de mis pocas erecciones leyendo letra impresa. Con el libro.
Pero también le debo. Y sobre todo. Los Buddenbrook. Que en una cena. La de su despedida a Baviera. Me encareció. Los Buddenbrook.
Oh!
Los Buddenbrook.
Felpudo obligado de toda puerta a este mundo de letra impresa. Gracias. Aunque no me acuerdo de su nombre, la evocaré con un Catherina. Gracias.
Lo siento Santiago Roncagliolo. Después de Los Buddenbrook debí seguir creciendo en mis lecturas. Supongo que a ti te pasó lo mismo. La leiste. Y lo demostrate en Memorias de una Dama. Y caimos y nos abismábamos con lo que después viniera, que no hacía sino engrandecer a Mann, y obligarnos a esta búsqueda que bien puedira terminar en Bolaño. Un Bolaño renacentista que bien pudiera haber escrito Los Detectives en 1605 y 2666 en 1615.
Vale.
Y busquen en sus supermercados Viña Esmeralda de Bodegas Torres, Catalana. Como Bolaño casi. Encarecidamente. Degusten y repórtenme.
De nada.

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