domingo, 28 de agosto de 2011
VERANO FINITO
El verano terminaba. Cumplí los tiempos, y mi dedo separaba las hojas de Madame Bovary por el capítulo 11, ese que principia "Al día siguiente Carlos mandó que le trajeran a la niña". Quedaban unos cuarenta minutos para la puesta de sol. El arrebol celeste teñiría de cárdeno y rosado los sueltos pespuntes de las nubes.
Ella me soltó la mano y dijo "aquí". Era una era con los secos pitones del trigo a la altura de nuestros tobillos. Miras en lontananza y dibujan una simetría que se pierde en fuga hasta el infinito de La Dehesa. Se quitó el vestido y se quedó en sandalias. Aquellos últimos rayos la esmaltaban con una pátina de irrealidad distante. Nos íbamos a herir los codos, las rodillas, pensé estúpidamente.
Doblé la esquina superior de la página cuatrocientos noventa y posé la novela sobre una piedra plana. Entonces ella se recostó con pericia ofreciéndome dos sonrisas. Todo el tostado del mes de agosto crepitaba en mis caricias. Atisbé sin querer entre beso y beso el vértice geodésico de Las Mesas con sus modestos setecientos doce metros.. Más abajo, en La Degollada, el tráfico hacia Nájera ascendía hasta nosotros. Hicimos trizas su lejano ajetreo con los gemidos de nuestra despedida.
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