Me vienen a la mente sin embargo más los versos de León Felipe. Más que los ditirambos lorquianos siempre he sido más partidario de los versículos de este farmacéutico barbudo.
Ahora camino de noche
porque las noches son claras...
Y esta noche no hubo luna,
no hubo luna amiga y blanca...
y había pocas estrellas,
pocas estrellas y pálidas.
He luchado con la contaminación lumínica,
y con el frío que atraviesa y apuñala. Me he peleado contra el dolor punzante que genera la contorsión extrema. He buscado sorprender a Mizar y a Alcor cuando creen que no las miran.
Desde luego que me hubiera gustado decir igual que Hauer:
I've seen things you people wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I've watched C-beams glitter in the dark near the Tannhauser Gate. All those moments will be lost in time, like tears in rain. Time to die.
Pero no. Me he tenido que conformar con entrar en el cúmulo de las Pleyades y ver a Alcione en todo su esplendor, y algunas cosillas más que me han hecho sentir vasto y extenso en años luz, algo más mortal de lo que sin duda somos, ya que he paladeado cada segundo sabiendo que era único, que veía en vivo y en directo las sombras de esos cráteres en ese maldito y preciso instante que no volvería nunca.Pero sin duda la joya de la corona fue Júpiter. Las fotos son modestas, ya que lejos de ser computerizadas, me limitaba a colocar el foco de mi Olympus en el ocular del telescopio y a tirar. Ni tan mal, oigan. Que me sorprendí sobre manera con el resultado final cuando lo que esperaba no era sino borrón y tinieblas pixeladas.
Sé que hay que poner mucho de la imaginación de uno, pero I swear que es Júpiter esa lucecilla y que yo creí ver sus atormentados ecuadores, así como los cuatro satélites principales alineados y ordenados: Ganímedes, Europa, Calisto e Io.
Aunque una de las imágenes más sorprendentes fue sin duda la del niño de la luna triscando a la puesta del sol. Cada atardecer oía sus trapisondas y alaridos media hora antes del ocaso. Como un niño lobezno que presiente su transformación a lobo feroz, se mostraba iracundo y nervioso a veces, amable y amador otras. Su contorno se recortaba siempre pizpireto contra las nubes huidizas, y yo corría raudo a la terraza a preparar las lentes y oculares y a no perderme el espectáculo de la noche serena que siempre me anunciaba.
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