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La mejor postura antiálgica

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martes, 6 de diciembre de 2011

WENDIGO

En el fragor de la batalla, la tenue voz que pronunciaba su nombre se abrió paso por las correas y herrajes, se coló en el fino espacio abierto entre su cráneo y el metal del duro yelmo y arribó hasta su oído incrédulo. Giró en derredor buscando la fuente del sonido sin dejar de blandir el mangual y la espada. El piso del bosque era una devastación de cuerpos carmesíes y monturas desmembradas. Y por el profundo túnel de abetos las hordas de jinetes que llegaban  envueltos en gruesas pieles prometían aún larga la lucha. Hendió, atravesó y trituró, pero al fin pudo apostar su espalda al duro tronco de una secuoya y contemplar el vaho hediondo de las heridas abiertas. Nadie le acosó durante un minuto o dos. Sólo aquella voz que repetía meliflua y vagamente su nombre con un acento infrahumano: Ingaard, Ingaard…
 Una fuerza imprudente y desconocida en él le dictó sacarse el yelmo y 
recular pendiente arriba. Temió que fuera el miedo a morir aquel día bajo el hierro del norteño. Pero no, era la voz que le llamaba y lo atraía hacía otro punto del bosque. Desde la loma atisbó, allá abajo, cómo los hombres mataban y morían sin echarle aún en falta. Se giró, y afrontó el espeso follaje cada vez más cerrado y disuasorio. Al poco, dejó de oír los alaridos y el cristal roto de los metales, para centrarse tan sólo en el viento moviéndose entre las hojas, en el canto de los pájaros y en aquella sepulcral voz que lo citaba.
Desorientado, en un arroyo se zafó de su peto y de toda impedimenta, y no sintió el frío. La voz, más rotunda a cada paso, lo instó a quedarse sin ropa y a fundirse entre los helechos y las matas de fresas salvajes. Las plantas de los pies patinaban constantemente sobre el musgo húmedo, y llegado a la boca de una inmensa caverna, sintió por primera vez que los trinos habían desaparecido del bosque, y que el silencio era absoluto de no ser por la tonante voz que le llamaba desde el interior de la gruta.
La oscuridad comenzó a ceder pasados quinientos metros. Del techo de la cueva se abría un ligera linterna entre la roca.Volcaba un haz de claridad que a duras penas permitía vislumbrar nada entre las sombras. Pero algo se movió. Un ser inmenso se fue acercando al rayo de sol, e Ingaard pudo ver cómo la ducha de luz delineaba una osamenta y  los contornos del ser más aterrador que jamás pudo haber imaginado, mientras que de su monstruosa boca, una voz sísmica y global se abría paso entre los cientos de colmillos y emitía su nombre como la sirenas cantaran otrora el de Ulises.
 Mi hermano se encarga de la banda sonora. Horn of the rhino. Wendigo.
Se aconseja la lectura con la música de fondo. El texto, parece que vale algo con el binomio.