viernes, 10 de febrero de 2012
METRÓPOLIS
La faja no engaña. Metrópolis tiene un comienzo kafkiano en el más estricto sentido. Budai ha aterrizado por error donde no debía: una ciudad inhóspita, de habitantes que ni le entienden ni se hacen entender. A pesar de ser lingüista, Budai está aislado, rodeado de un lenguaje inextricable, desterrado en su habitación de hotel. No puede escapar de esa ciudad viscosa. El pobre Budai se parece al Bill Murray de "Atrapado en el Tiempo", otro título de profunda carga kafkiana, aunque de tono amable.
Ferenc Karinthy fue húngaro, y acaso hay algo más kafkiano que vivir en cualquier país de influencia soviética durante el tiempo de la guerra fría???. Karinthy publicó esta novela en 1970, aunque creo que no empezó a ser traducido a otras lenguas hasta 2008.
Promete.
Y doy cuenta de que he empezado a leerla a mis amigos Iurgi y Aimar. Todo mi agradecimiento por un regalo tan "berezi". Y desde luego asegurarles que seguiré el consejo de Aimar y me esforzaré en tener una "vida buena".
Los niños, todo hay que decirlo, no me gustan nada de nada, a no ser que sean míos. Con mi niño rompí el molde, y de alguna manera me inoculé el virus de la indiferencia infantil. Los bebés me parecen un crucigrama que no quiero resolver. Todos iguales a mis ojos, cabezones con o sin pelambrera. Futuribles como brotes de soja que sólo agradan a los implicados en la brega de la cría y a los hipócritas que no tienen que limpiarlos pero los cogen para sopesarlos y ver si ya están de buen año. Lo único que espero es que los que se han buscado la responsabilidad lo sean; y no siembren las esquinas, los puestos y las butacas de futuros indeseables, anarcosentimentales, desertores del corazón y conversos al hijoputismo más lacerante.
Pero Iurgi y Aimar son caso aparte: son frescos, brutales, dionisíacos, francos, indómitos y angelicales a un tiempo. Les devuelvo así el detalle de las fotos, de la carta, del libro, del cariño que me muestran cuando han corrido a mi encuentro gritando mi nombre cada vez que me han visto llegar a lo lejos. Se lo devuelvo, digo, mientras desempolvo este himno tan caro a mí. Una nana comprometida y un canto al futuro que Julio Castejón tímidamente lanzaba al viento del Tardofranquismo y la Transición, escéptico todavía con respecto a lo que los 80 depararían a los retoños de aquel tiempo.
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riding/reading alone
ResponderEliminarhas cambiado la foto de tu blog por otra de tus aficiones;
creo que debes poner una foto en la que aparezcan ambos temas: to read and to ride
milesker por tus adjetivos
Hubo un tiempo en el que desarrollé una pasmosa destreza para leer mientras me trasladaba a pie por las calles de Bilbao. Evitaba hábilmente y sin levantar la vista del libro hasta los residuos de perro que convertían mi periplo en una arriesgada pista americana. Así, walking along, llegué a leerme el Diario de un artista adolescente de Joyce, y nada menos que La Montaña Mágica, de Mann. Los habituales, aun conociéndome, me decían que se abstenían de saludarme al cruzarnos tal era el ensimismamiento y concentración. Ahora, ya más Driving along que otra cosa, a lo sumo leo durante los pocos segundos que me permiten los semáforos colorados, pero tengo que estar avizor, porque en un par de ocasiones ha llegado a bajarse un ertzaina del coche que tenía al lado y me ha amonestado con dureza advirtiéndome que la próxima tendría cárcel. Al igual que Hitchcock, padezco un furioso temor por los uniformes oficiales, y sobre todo por los de los agentes de la ley, creyendo que están siempre más para humillarme y zaherirme que para protegerme y ayudarme, así que hoy por hoy, cuando me paro en una luz roja miro a diestra y siniestra para gozar con toda la tranquilidad del mundo de mi minuto y medio de lectura interrumpida. Lo de Read whilst ride, aún está por desarrollar. Y lo cierto es que a ello no aspiro. Un besazo, mi anónima seguidora. O anónimo seguidor, pues no te desembozas, pardiez!!!!
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