Ya sé que todos ustedes leen novelas. Como yo. Cómo no. Cómo si no escapar de este tedioso noriar alrededor del día.
Estaba acabando a Roncagliolo, ustedes ya saben, y barruntando qué ingenios aventurar que manchasen dignamente esta locura informe e incomprensible que son los blogues -y entre ellos el peor este ekoizle maldito. Y de repente, mientras lavaba la última copa del cumpleaños de mi hijo -como se lo digo, oigan- me viene la luz, y pienso... que no conozco al bueno de Santiago R. Y que en puridad, no me ha gustado la novela -que aún no he acabado- y que como no le debo nada, puedo decir impunemente, que no me ha gustado su ensayo del sol naciente. Y que me gustó casi más la película. La de Sofía. Sin el casi.
Y sigo pensando... que lo que me ha hecho crecer a mí siempre de este oficio vago de leer letras impresas es... con lo que más he disfrutado... oigan, y no es por seguir la moda de la negrita de Oprah,,, pues que es ... Bolaño.
BOLAÑO.
Los Detectives Salvajes, y luego 2666.
Pero que para llegar a eso. A crear el paladar que atrape el retrogusto chileno del infrarealista chicano, han tenido que educar esta lengua otro ejercicios dichosos. Y mientras fregaba y fregaba las copas donde escanciara Viña Esmaralda, me venían los libros, pocos, sabios, a veces prestados y otras robados. Y me place exponerlos en plaza pública y a esta hora intespestiva de martes víspera de huelga.
Thomas Mann.
Apenas me acuerdo de La Montaña Mágica que nos sea la Chaise Longue y un capítulo tedioso que describía la primera Guerra Mundial, que me recordó a su vez otro capítulo tedioso que en Retrato de un Artista Adolescente describía una fachada barroca o renacentista, fachada o arcada o cimborrio o yo qué sé, que ya hace mucho tiempo de aquella lectura, que por cierto, hice caminando día tras día, tras comer en casa y dirigiéndome a la oficina. Había adquirido la asombrosa pericia de leer mientras caminaba, evitando farolas, mierdas de perro y pesados saludos a pesados viandantes. Lo juro.
Dos años antes. o tres, yo iba a la universidad de Deusto, y en el último curso de aquella locura compartí pupitre con una de las primeras alumnas que estrenaron este trasiego que hoy se llama Erasmus. Era una valquiria germana, que venía de cerca de los montes metálicos- Que me recomendó El Lector. Por lo que siempre le estaré agradecido. Con el que tuve una de mis pocas erecciones leyendo letra impresa. Con el libro.
Pero también le debo. Y sobre todo. Los Buddenbrook. Que en una cena. La de su despedida a Baviera. Me encareció. Los Buddenbrook.
Oh!
Los Buddenbrook.
Felpudo obligado de toda puerta a este mundo de letra impresa. Gracias. Aunque no me acuerdo de su nombre, la evocaré con un Catherina. Gracias.
Lo siento Santiago Roncagliolo. Después de Los Buddenbrook debí seguir creciendo en mis lecturas. Supongo que a ti te pasó lo mismo. La leiste. Y lo demostrate en Memorias de una Dama. Y caimos y nos abismábamos con lo que después viniera, que no hacía sino engrandecer a Mann, y obligarnos a esta búsqueda que bien puedira terminar en Bolaño. Un Bolaño renacentista que bien pudiera haber escrito Los Detectives en 1605 y 2666 en 1615.
Vale.
Y busquen en sus supermercados Viña Esmeralda de Bodegas Torres, Catalana. Como Bolaño casi. Encarecidamente. Degusten y repórtenme.
De nada.
martes, 28 de septiembre de 2010
lunes, 20 de septiembre de 2010
RONCAGLIOLO
Estoy leyendo una vez más a Roncagliolo. Un título anodino que se me olvida. No acabo de acordarme del título de la novela que estoy leyendo. Qué raro. Tan cerca de la vida. Lo cierto es que sé que no me defraudará y que a pesar de que voy por la página 65 y ando aún errabundo y desenganchado, acabaré por doblegarme ante una vuelta de tuerca o un meandro intenso que me gane de nuevo a la causa.
He leído Pudor. Y Abril Rojo. He leído Memorias de una Dama. Y ésta última me parece la Conversación en la Catedral de este otro peruano. Me fascinó, me convenció, me convirtió al roncaglionismo.
Así que he vuelto entusiasmado a esto que parece un cóctel entre la Coppola y la Coixet. Por cierto, si no habéis visto El mapa de los sonidos de Tokio sabeos afortunados. Me he de repetir "no volver a intentar nada Coixet. Ni un anuncio."
La incomunicación en la nueva Babel que es Tokio. Vale. Inteligencia artificial y máquinas para subrrayar la incapacidad relacional. Vale. Me muero por un punto de vista extraordinario, y la segunda persona del singular dirigiéndose a Mai me parece, cuanto menos, sugerente para ver a dónde me lleva y cómo lo culmina. Vale.
Que me identifico con Max. Sí, mucho. Soy de los que una vez al año deambula por los pasillos y ascensores del hotel donde la empresa te junta con otras doscientas personas con identificador al pecho. Un horror y un espanto. Por eso sigo con esta novela, a pesar de que no anima en su proemio.
Añoro Memorias de una dama. Y me acabo de enterar de que he de guardar mi volúmen como oro en paño. Las reediciones están congeladas. Los herederos de la Dama en cuestión, en quien se basa el personaje de la novela, tienen abierta una querella con Alfaguara y con el autor que mantiene en solfa el futuro de la magnífica novela. Por ahora. Así que vayan a las bibliotecas o pídanme mi ejemplar. Prometo enviar. Con vuelta.
He leído Pudor. Y Abril Rojo. He leído Memorias de una Dama. Y ésta última me parece la Conversación en la Catedral de este otro peruano. Me fascinó, me convenció, me convirtió al roncaglionismo.
Así que he vuelto entusiasmado a esto que parece un cóctel entre la Coppola y la Coixet. Por cierto, si no habéis visto El mapa de los sonidos de Tokio sabeos afortunados. Me he de repetir "no volver a intentar nada Coixet. Ni un anuncio."
La incomunicación en la nueva Babel que es Tokio. Vale. Inteligencia artificial y máquinas para subrrayar la incapacidad relacional. Vale. Me muero por un punto de vista extraordinario, y la segunda persona del singular dirigiéndose a Mai me parece, cuanto menos, sugerente para ver a dónde me lleva y cómo lo culmina. Vale.
Que me identifico con Max. Sí, mucho. Soy de los que una vez al año deambula por los pasillos y ascensores del hotel donde la empresa te junta con otras doscientas personas con identificador al pecho. Un horror y un espanto. Por eso sigo con esta novela, a pesar de que no anima en su proemio.
Añoro Memorias de una dama. Y me acabo de enterar de que he de guardar mi volúmen como oro en paño. Las reediciones están congeladas. Los herederos de la Dama en cuestión, en quien se basa el personaje de la novela, tienen abierta una querella con Alfaguara y con el autor que mantiene en solfa el futuro de la magnífica novela. Por ahora. Así que vayan a las bibliotecas o pídanme mi ejemplar. Prometo enviar. Con vuelta.
sábado, 11 de septiembre de 2010
YA NO HABRÁ MARCHA ATRÁS
Aparqué en zona de carga y descarga y puse las luces de emergencia como señal de que la infracción era voluntaria pero iba a ser breve. Al bajar y cerrar la puerta me topé con aquel escaparate tan oscuro. En la luna, en su parte alta, rezaba el nombre: FROM THE GRAVE. No pude sino entrar, y admirar cómo en un orden y espacio de boutique de quinta avenida se disponían sin embargo brazaletes de tachuelas, parches de Manowar, Chaos, Aerosmith... En una vitrina acristalada figuraba una lengua carmesí de los Rolling justo en el trocito de tela que colgaba de los hilos de un tanga de terciopelo negro. Había ropa de niño, camisetas y graciosas chupas de cuero dimunutas donde se leía AC DC o KISS. Por supuesto todo era oscuro pero sin sensación de ahogo gracias a un buen diseño de luces. Había espacio de sobra para pasear entre los mostradores y maniquíes.
Y entonces allí estuvo ella, gótica y rotunda. El negro de la indumentaria disimulaba quizás un ligero sobrepeso, y los piercings diseminados por su cara y orejas enmarcaban unos ojos radiantes de carbón encendido.Nos pusimos a prueba. Yo supe el nombre de la banda con un baterista de un solo brazo. Ella acertó con la tonada de Charlie Parker que le silbé al oído. Nos enamoramos en el acto. Intercambiamos miradas y palabras innecesarias, saliva y caricias entre aquellos gorros de policía neoyorquina. Finalmente hicimos el amor en los probadores. Era viernes. Apenas mediodía. Enlazados por las manos salimos dejando la tienda abierta. Un agente sacaba su libreta frente a mi Mondeo, pero ya no me incumbía. Comenzamos a subir. Ascendíamos por un vallecillo que reducia, allá abajo, la ciudad a una mancha roja de tejados. El prado claro se fue cerrando y crecieron de repente plantas que se enganchaban con sus púas a nuestra ropa. Nos la quitamos. Sí, nos desnudamos para avanzar.
Ella era Shei me había dicho, pero yo la llamé Shara. Me preguntó y ahora qué. Le dije que en cuanto atravesáramos la frontera ya no habría marcha atrás. Y ella lo repetió con una sonrisa sí, no habría marcha atrás. Ascendía entre los árboles delante de mí, mostrándome su beldad futurista de volúmenes. Shara, le dije, no mires atrás. Sobre todo cuando lleguemos a la muga. No mires atrás. Pero Shara quiso observar por última vez ese mundo suyo que ya se iba borrando.
La bajé como pude a su ciudad. Sus cabellos detenidos. Su piel gris de dura ceniza. Su gesto de rabia contenida pero con la estoica tristeza en los labios ya eternos. Todo lo clavé en un parque de Irún. Allí vuelvo cuando puedo a limpiarle de grafittis las espaldas, y a quitarle chicles secos que pegaron los ñiños en las pupilas frías que ya no me ven.
Y entonces allí estuvo ella, gótica y rotunda. El negro de la indumentaria disimulaba quizás un ligero sobrepeso, y los piercings diseminados por su cara y orejas enmarcaban unos ojos radiantes de carbón encendido.Nos pusimos a prueba. Yo supe el nombre de la banda con un baterista de un solo brazo. Ella acertó con la tonada de Charlie Parker que le silbé al oído. Nos enamoramos en el acto. Intercambiamos miradas y palabras innecesarias, saliva y caricias entre aquellos gorros de policía neoyorquina. Finalmente hicimos el amor en los probadores. Era viernes. Apenas mediodía. Enlazados por las manos salimos dejando la tienda abierta. Un agente sacaba su libreta frente a mi Mondeo, pero ya no me incumbía. Comenzamos a subir. Ascendíamos por un vallecillo que reducia, allá abajo, la ciudad a una mancha roja de tejados. El prado claro se fue cerrando y crecieron de repente plantas que se enganchaban con sus púas a nuestra ropa. Nos la quitamos. Sí, nos desnudamos para avanzar.
Ella era Shei me había dicho, pero yo la llamé Shara. Me preguntó y ahora qué. Le dije que en cuanto atravesáramos la frontera ya no habría marcha atrás. Y ella lo repetió con una sonrisa sí, no habría marcha atrás. Ascendía entre los árboles delante de mí, mostrándome su beldad futurista de volúmenes. Shara, le dije, no mires atrás. Sobre todo cuando lleguemos a la muga. No mires atrás. Pero Shara quiso observar por última vez ese mundo suyo que ya se iba borrando.
La bajé como pude a su ciudad. Sus cabellos detenidos. Su piel gris de dura ceniza. Su gesto de rabia contenida pero con la estoica tristeza en los labios ya eternos. Todo lo clavé en un parque de Irún. Allí vuelvo cuando puedo a limpiarle de grafittis las espaldas, y a quitarle chicles secos que pegaron los ñiños en las pupilas frías que ya no me ven.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
HA SIDO UN SUEÑO??
Una imagen para el recuerdo de la luz cayendo oblicua en la mañana. El dolce far niente entre las lecturas de agosto. Los martinis, los mojitos de Miguelón, gin-tonics, vodkas...La chaise longue y el balancé para la siesta. La indolencia del tiempo... mi Scott relinchando en el camino a la Fonfría. Lo mejor que el capitalismo consumista ha dado al hombre es la brevedad de las vacaciones? No, Angeline, no. Aún arrastro por la oficina placenta de verano. Y hasta que no se me vaya el suave tostado de esta piel triste, sé que aullaré como un licántropo a esa luna que tan bella se me mostró sobre Júpiter varias noches.
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