
Acabo de desenchufarme de esta primera temporada de The Wire. No tengo televisión de pago, así que he vivaqueado a la vera de mi PC. Como me pasara con Breaking Bad, he desarrollado un visionado obsesivo a la altura de la calidad de la trama y de los actores. El detective MacNulty me ha llevado de la mano por las Casas Baratas y por las Torres y me ha tocado lo más fácil de todo este juego: creérmelo a pies juntillas. Y lo que he visto en la pantalla ha sido justamente lo que no se acostumbra a ver pero todos sabemos que existe. Y no importa que el contexto sea un Baltimore tan lejano, porque de lo que realmente trata se encuentra en todas las ciudades que podamos nombrar: de los deshauciados por nuestra sociedad del bienestar. Los negros de las Casas Baratas son esos millones de seres humanos de los que puede prescindir la sociedad americana. Quizás un candidato negro a la presidencia pueda sacarles algo de provecho en período electoral, y juegue a hacer que pretende su educación, su sanidad, su futuro, pero las drogas de The Wire son las migas que mantienen a esas palomas ocultas a los ojos de los ciudadanos de bien. Macnulty y su equipo se encargan como buenos perros pastores de mantener la majada bien delimitada. Por un momento creerán que su trabajo diario tiene un sentido y que pueden estar a punto de cambiar las cosas, pero la balanza del último episodio tiende su fiel indefectiblemente hacia otros intereses. El peso de los olvidados, es como el de los mejores púgiles, pluma.
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